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28 de septiembre de 2013

Adiós pornoprincesa.

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La Luna me la escupió otra vez una fría noche de verano, como respuesta a mi propuesta de hacerle sombra en el cielo. Lo que la cuna no sabía  es que ya tenía, anotado, el antídoto para su absurdo y banal veneno, porque ya cálidas noches de desembarco de mi ejército blanco pasamos tras el licor y los hielos. Y mi otra estrella se preguntaba por qué. No sabía qué clase de ceniza volvía a arder sin apenas una mirada tras la magia ya desaparecida. Le respondí que era tan solo el deseo de mi espada de entrar en su gran caverna de cristal, de entrar a matar, de apoyar su espalda en la cama y hacerla saltar. Y gritar. Aproveché mi obsesión por la blanca Luna y la obsesión que tiene ella por mí, para no abrazarla con sentimiento, ni siquiera besarla de verdad. Nuestra lluvia solo mojaba en su habitación, al salir de allí todo era sol y nuevas y jugosas perspectivas. Solo eres un pasado cicatrizado, solo vas de mano en mano como moneda, como bruja embrujada, a mí atada, con el corazón destrozado, manoseado y usado, al igual que tus nalgas. El futuro nos pertenece sí, yo tengo el plan de no recordarte y tú la maldición de no poder olvidarme, puedes hacerte la fuerte y  ver todos los jueves amanecer, por mucha compañía que tengas siempre sola estarás mientras yo duermo a placer. Así que adiós pornoprincesa, ya no volverá a llenarse de tu sangre mi espada afilada y tiesa.

G.S. Díaz "Pornoprincesa y mi espada"

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