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17 de septiembre de 2015

Ladrona de guante negro.

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Te lo llevaste todo, haciendo gala de tu fama. Con tu candela de frío, con tu calor helado. Con ese método tan tuyo, maquiavélico y calculado. Te llevaste hasta mi sombrero, que debe estar de capa caída en tu estantería. La alegría de una habitación que nunca fue sombría, aunque es verdad, ya no es mía. Las ganas de este loco de querer sin paragón y con total rebeldía. Acabaste con el asco de la confianza, diste por hecho el suicidio de mi autoestima y saltó en pedazos toda seguridad.  ¿Qué dejaste? Todas las dudas sobre todas las preguntas y más, que nunca me había hecho y que ahora se repiten. Tus bombas destrozaron cualquiera de las múltiples vías: los trenes ya no salen de los andenes, tampoco vienen, ni vuelven. Alrededor de mi sombra enterraste todo un campo de minas, que siempre me acompaña y que de vez en cuando deja sin pierna y sin alma a alguna que se atreve a plantarle cara. No dejaste nada. ¡Ay, ladrona de guante negro, si supieras! Si supieras que a los 100 días ya no te quería. Que solo dolías. Si supieras, estoy seguro, volverías a por lo único que me queda: mi vida. Si supieras que ya no te echo de menos cada treinta y dos de febrero ni cada primavera que se celebra. Que ya no duelen tus zarpazos embusteros, aunque aún sienta esa frustración en el cuerpo. Que te lo llevaste todo, sí. Que no resucitaré ni volveré a reír, también. No fue culpa tuya, sino mía, por venerarte y creer que tú eras el Edén.

Gregorio S. Díaz "Ladrona de guante negro" 

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