Llega el fin del mundo y todo parece
desvanecerse, no por el virus y las calles solitarias, la cuarentena, sino por
las ocasiones en la que la duda de las decisiones salta, porque parece que se acaba,
e invade la pena. Entonces brotan palabras sinceras, verdaderas, cuando las plasmo
de esta manera. Si las elaboro y enebro. Mayor enjundia. Con más significado.
Aunque, como las tuyas, tendrán, seguro, evidentes matices. Resuenan en la cabeza:
amiguis, colegas. Recuerdo tu jerga. Pareciera mentira que un día dijeras que podríamos
convertirnos en eso, sin que pasara nada. Sabía yo, desde el momento en que lo planteabas,
que era una burda trampa. La enésima prueba. Fue evidente, un cúmulo de
estridentes sensaciones. La inseguridad que, como siempre, aprieta y no suelta.
Me di cuenta, no iba a protegerte como querrías, no era oro todo lo que relucía,
aunque, de noche, con besos de cementerio y pasión excitada, pareciera hallado El
Dorado. En algún punto de la deriva, necesitarías algo que yo no tendría. Era
otro el mundo en que tenías puesto el punto de mira. Dos puntos alejados en
meta y vida. Construir el futuro o vivir el día a día. Yo soy nadie, tú
buscabas renombre, a pesar de todas mis contradicciones. De puertas para fuera,
aparentar. De puertas para adentro, los trapos sucios lavar. Me hubiera desmoronado,
como las Torres Gemelas, cuando, inevitablemente, te fueras. Hubiéramos chocado,
hasta colisionar y prenderlo todo en llamas. Pero nostalgia es poderosa, y conmigo
tiene relación eterna. Son poderosos los recuerdos: parecen una película, un
entretiempo, un lapso. Supongo que pesa, como siempre pasa, lo bueno. Tampoco
soy un santo, y sé que también hubo malo. Pero sin intención ni deseo, todo lo
contrario. Hay cosas que siempre he callado.
Gregorio S. Díaz "Enjundia"
Sin palabras...¡Madre mía como escribes! Los pelos de punta tengo. ¡Bravo!
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