La pista de baile.

Cierra los ojos, para avivar los sentidos cuando ella a menos de un centímetro de su boca se acerca. Y, cuando cierra los ojos, y siente ese tacto suave, los abre de repente. El tiempo y el espacio han cambiado. Ya no hay campo, ni miradas dedicadas. Tampoco sonrisas. Está oscuro y la música muy alta. Todos los colores del arcoíris se funden y desvanecen, por segundos. Cientos de almas humanas bebiendo alcohol y bailando. Ella, que apenas hace instantes estaba cerca, se encuentra muy lejos. En medio de la pista. Cogiendo otras manos. Con la falda negra, recorre en círculos a ese tipo, sin soltar sus dedos. “Me rehúso a darte un beso, así que guárdalo”, dice a la misma vez que la música, mirándole a los ojos. “Para que la próxima vez te lo dé haciéndolo”, le responde él apretándola contra su cuerpo. Un beso tenue, una sonrisa cómplice. Ella se da la vuelta y le baila de espaldas. La luz azulada les ilumina. “A mí me gusta que me traten como dama, aunque a veces se me olvide cuando estamos en la cama”, suena de fondo. Él posa las manos en su cintura y baja lentamente. Ella se da la vuelta y están muy, muy cerca. Para ella, es su mundo. Lo besa. Él le agarra el culo. Ella da velocidad al beso, de forma intensa. Él solo juega. “Si con otra pasas el rato, vamos a ser felices los cuatro”, canta ella, desganada. Sabiendo que hay otra dama que la espera en su cama. Aunque diga que ya no hay nada, siempre hay algo. No va a dejarla. Le sigue bailando, le sigue besando. Le sigue queriendo y deseando. Mil noches de fiesta en los que compartieron beso, copa y barra. Mil canciones con las que se desataron en la pista. Mil veces ocurrió. Abre los ojos. Sale de la contemplación. Campo, paz, pajarillos. Aire puro. Un beso de ella. Nunca de aquella forma, como en la pista.  

Gregorio S. Díaz "La pista de baile"