Lazo invisible que nos unes, deshazte. Hazlo porque tu
atadura, aunque no apriete, duele. Aunque no sienta la presión en mi muñeca,
ella tiene las huellas de tus garras. No sé desde cuándo estás ahí y tampoco el
momento en que te soltarás, lo que sí sé es que debes hacerlo. Probablemente
estés ahí desde el inicio. No. Mucho antes. Como si tan solo fueras un hilo de
un alma rota en dos cuyos pedazos tomaron distintos caminos para llegar a la
vida. Dos pedazos que, por la distancia y por los moldes refinados, ya no
encajan perfectamente. Que no pueden estar juntos, pero tampoco separados. Un
alma para dos cuerpos. Algo que va más allá de lo físico, es una unión íntima,
infinita y sin final. Es una esperanza pensar que hay esperanza de cortar el
lazo. ¿Cómo voy a ser tan osado para creerme el Primer Motor o un Dios? Lazo, tú eres nuestro Dios. Suicidate por el
bien del alma que unes, para que, mientras la vida siga y los cuerpos importen,
encontremos la otra parte. Ya habrá tiempo de compartir la eternidad,
remendando con el hilo del amor verdadero esa alma que, aun rota, vive la vida
y que sobrevivirá a esta de una manera más lícita. Que aunque no se unan en
esta, tienen mil vidas más para hacerlo, porque el lazo perdurará. Porque
cuando muramos el alma se vuelve a unir para volverse a partir al volver a
nacer. Y tú, lazo, nos volverás a unir, dándonos otra oportunidad. Y alguna
vez, la aprovecharemos.
G.S. Díaz "El lazo del alma"