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16 de marzo de 2013

Suicidio continuo, llama que se apagará con la muerte.

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Ni los hielos eternos, cubriendo el globo de principio a fin, podrán apagar y silenciar la viva llama que arde en mí, desde que tengo uso de razón y para siempre. Ni la ventisca más fuerte conocida. Ni relámpago ni tormenta que encara la naturaleza, enfurecida. Tampoco el mar que con su sal y bravura azota la costa, sus piedras y arenillas en sus idas y venidas, espumosas. Ni tan siquiera en sus crecidas por la Luna acontecidas. Porque mi amor, imposible y verdadero, nunca acaba y siempre termina. Por más que la llama se haga pequeña o se desvanezca, a veces de manera prolongada, el tiempo la aviva con ternura y alegría contenida, haciéndola fuerte para que luego sea débil y la hace débil para que vuelva a crecer. Es algo único y recíproco, más que ninguna otra cosa y menos que nada, sentimientos encontrados que caminan diferentes senderos que se vuelven a encontrar. Aunque no quiera. Aunque no quieras. Aunque lo odie. Aunque, como si de un masoquista se tratase, me guste. Parecido es al suicidio más que intencionado y no poder morir. Es mirar desde arriba el ligero y armonioso transcurrir del agua precipitándose al vacío. Agua que muere con sonoro golpe con las rocas de abajo, esas mismas con las que, instantes después, te mutilas el cuerpo en una agradable caída que haces a carcajadas, y te estrellas los sesos contra aquella superficie fría y mojada. Inerte. Y, sin embargo, no mueres. Vives para recuperarte, para, más tarde, volver a la misma cascada a repetir el acto. Comparable es, sin duda, a rociarte gasolina por la ropa y dejar en manos del fuego tu destino, sentir cómo te envuelve, te abraza y te abrasa, sentir ese calor que va quemando, uno a uno, cada poro de tu piel y que ésta, contra todo pronóstico y contra natura, siga viva gracias algo que no se puede ver desde fuera, pero que está instalado muy dentro. Así, hasta que la señorita de besos de carmín, sombría, fúnebre y alegre, con la guadaña en una de sus manos, me bese los labios y  me susurre al oído, con tanta sensatez como dulzura, seducción y con sentido, que la mía hora se acerca y que mi vida se ha acabado y nada se puede hacer, hasta ese día, hasta ese instante, no te dejaré de querer.

G.S. Díaz "Suicidio continuo, llama que se apagará con la muerte"

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