Ni los hielos eternos, cubriendo el globo de principio a
fin, podrán apagar y silenciar la viva llama que arde en mí, desde que tengo
uso de razón y para siempre. Ni la ventisca más fuerte conocida. Ni relámpago ni
tormenta que encara la naturaleza, enfurecida. Tampoco el mar que con su sal y
bravura azota la costa, sus piedras y arenillas en sus idas y venidas,
espumosas. Ni tan siquiera en sus crecidas por la Luna acontecidas. Porque mi
amor, imposible y verdadero, nunca acaba y siempre termina. Por más que la
llama se haga pequeña o se desvanezca, a veces de manera prolongada, el tiempo
la aviva con ternura y alegría contenida, haciéndola fuerte para que luego sea
débil y la hace débil para que vuelva a crecer. Es algo único y recíproco, más
que ninguna otra cosa y menos que nada, sentimientos encontrados que caminan
diferentes senderos que se vuelven a encontrar. Aunque no quiera. Aunque no
quieras. Aunque lo odie. Aunque, como si de un masoquista se tratase, me guste.
Parecido es al suicidio más que intencionado y no poder morir. Es mirar desde
arriba el ligero y armonioso transcurrir del agua precipitándose al vacío. Agua
que muere con sonoro golpe con las rocas de abajo, esas mismas con las que,
instantes después, te mutilas el cuerpo en una agradable caída que haces a
carcajadas, y te estrellas los sesos contra aquella superficie fría y mojada.
Inerte. Y, sin embargo, no mueres. Vives para recuperarte, para, más tarde,
volver a la misma cascada a repetir el acto. Comparable es, sin duda, a
rociarte gasolina por la ropa y dejar en manos del fuego tu destino, sentir cómo
te envuelve, te abraza y te abrasa, sentir ese calor que va quemando, uno a
uno, cada poro de tu piel y que ésta, contra todo pronóstico y contra natura,
siga viva gracias algo que no se puede ver desde fuera, pero que está instalado
muy dentro. Así, hasta que la señorita de besos de carmín, sombría, fúnebre y
alegre, con la guadaña en una de sus manos, me bese los labios y me susurre al oído, con tanta sensatez como
dulzura, seducción y con sentido, que la mía hora se acerca y que mi vida se ha
acabado y nada se puede hacer, hasta ese día, hasta ese instante, no te dejaré
de querer.
G.S. Díaz "Suicidio continuo, llama que se apagará con la muerte"