—
¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? Tú
llevabas una camiseta de manga corta. Era rosa y de rayitas negras. Yo, un
precioso vestido negro. ¿Recuerdas cómo nos reíamos? ¿Recuerdas lo mágico que
fue? Aún éramos amigos…
—
Como no,
como no recordarlo…
—
¿Y del día en que me pediste salir? No sé quién
estaba más nervioso si tú o yo. Allí, en el pasillo del instituto. Te dije que
sí antes de que te atrevieras a formular aquella vergonzosa pregunta. ¡Porque
no me la hiciste! ¿Y nuestro primer beso? Tú tan tímido… Yo tan…tan sin saber
qué hacer… ¿Y nuestra primera crisis?
—
La que más dolió…
—
Ahí fue cuando me di cuenta de que no podía
estar sin ti, que eras algo más que lo que yo merecía o buscaba. Que eras
perfecto. Ahí fue cuando me di cuenta de que era el chico con el que quería
compartir toda mi vida. Con el que quería envejecer, vernos las arrugas, día a
día. ¿Recuerdas nuestras reconciliaciones después de todas las peleas? ¿La de
mayo? ¿El juramento con aquellos dos niños pequeños que jugaban en el parque?
Gritamos los cuatro juntos y al unísono, con las manos entrelazadas: ¡Novios
para siempre! — Ella continuaba llorando, ahora más. — Y como
prometimos, para siempre será.
—
Moriré y seguiré amándote. —Decía él con dificultad.
—
Nuestra primera escapada juntos. O los celos que
te comían por el tonto aquel, o lo celosa que era yo por la guarra esa que iba detrás
de ti. ¿Te acuerdas de ese verano? ¿De llegar a las tantas de la madrugada? De
madrugar para coger el autobús y verme. ¿Y de los helados de vainilla? De todos
esos recreos juntos. De los cambios de clase.
¿Te acuerdas cada noche que salíamos en las que siempre me cogías la
mano? Cuando hicimos por primera vez el amor…, todas las veces que lo
intentamos. —Sonrió ella.
—
Lo nuestro sí que son buenas historias y
anécdotas, ¿Eh?
—
O cuando nos peleábamos y a los cinco minutos volvíamos
a estar como siempre. O el día que dormiste en el suelo de mi cuarto porque yo
estaba enfadada. ¿Y cuándo te asustaba? ¡Menuda cara que ponías! ¿Y la vez que
te desperté derramándote un vaso de agua en la cara, porque no querías
levantarte de la cama? ¡Y luego tú me metiste en la bañera y me duchaste con la
ropa puesta! ¿Y tus tonterías? ¿Las que hacías en la piscina? O la vez que me
enfadé y te dejé de hablar porque solo tenías tiempo para estudiar
Selectividad.
El solo podía sonreír ante los recuerdos, imágenes y
sonidos que le venían a la mente con las palabras de ella. No sé estaba dando
ni cuenta, pero un sueño profundo se iba apoderando de él, poco a poco. ¿Era
aquella la muerte? No era como lo había imaginado pero sí como siempre había
querido que fuera: a su lado, al lado de ella.
—
Me acuerdo cuando te decía que íbamos a tener
muchos hijos. ¡Y una casa grande para tener también muchos animales! Naiara y
Aitor. Los demás nombres ya los pensaríamos. Pero vamos, ni de broma le pones el
tuyo al otro, que a mí no me gusta, que tu nombre es tuyo. Nos vamos a querer para siempre. Como prometimos.
Sabes de sobra que nos casaremos un veinticinco de mayo. Que comeremos perdices
y que a nuestros hijos les contaremos estas y todas las historias que vengan
cada día. No hay nada más bonito que
tener un hijo por amor y más si es tan grande y fuerte como el que nosotros nos
profesamos. Ayer, hoy y mañana. Hasta el fin.
—
Más allá de la muerte.
—
Más allá de Dios.
—
Gracias…Lo has conseguido. Has conseguido con
esas palabras que…que viva la vida que no voy a poder vivir. Que la imagine por
un momento.
—
Lo mejor será vivirla. Ya lo verás.
—
…Me muero…
—
No digas eso.
—
El golpe ha sido demasiado fuerte…y estoy aquí
abajo. Necesito un médico y no lo hay.
—
Lo siento, no te voy a dejar morir. No—Lloraba ella—No. No antes de que cumplamos todas las promesas. No antes de
ser felices.