Querida
mía:
Las
lágrimas brotan de mis ojos en esta capilla donde me dejan escribir mis últimos
suspiros de vida. Has de saber que, como siempre, llevabas razón y me santiguo
a cada minuto, rezando a ese dios en el que siempre creíste y que nunca vi,
pero al que tengo ahora demasiado cerca. Llevo más de una semana condenado a muerte y
hoy por fin se rescinde mi pena. Yo que
vi regresar a la gran España, a la gente gritarle a la República en las calles
de Madrid en el 31. Yo que me cegué de ideas revolucionarias, por las que estoy
aquí, aunque no sean motivo suficiente para ser fusilado. Ojalá te hubiera
hecho caso, ojalá no hubiera sido tan ciego. ¡Ojala solo te hubiera mirado a
ti! Habéis ganado la guerra sí, pero ten cuidado con el fascismo.
Me
cogieron cuando estaba escondido en Barcelona, tras los bombardeos y la llegada
de los nacionales en febrero. No pude ir con mis compañeros hacia la frontera
francesa, no podía huir dejando a mis camaradas en la estocada, aunque mucha
gente huyó ¿Qué sentido tiene? Luego me trajeron a Madrid donde he estado
prisionero todo este tiempo. Y aquí se acaba todo.
Si
me pongo a pensar, tampoco tú y yo hubiéramos tenido futuro. Yo que enarbolo la
bandera tricolor y la camisa roja y tú que adoras la rojigualda y vistes la
azul falangista. Es ahora, a punto de morir, cuando me doy cuenta de que solo
somos personas, da igual en lo que creamos o las ideas políticas que
prediquemos, somos personas, y ninguna merece el desprecio o el aprecio por
tener unos determinados ideales o por pertenecer a una organización o partido.
No
espero que me llores, pero, por favor, recuérdame. Es la única manera que tengo
de vivir algo de ti.
Madrid,
3 de junio 1939.
Gregorio S. Díaz "Madrid, 3 de junio de 1939"