Todo lo que debí decirte y no tuve
cojones:
No quiero rememorar los más
antiguos y por tanto más buenos, recuerdos. Empiezo desde ese día en el que
todo se fracturó fugazmente, momento en el cual todo fue cuesta abajo, en
declive. Debí decirte el vacío que en el pecho se me hizo cuando te vi
alejarte, sabiendo que pasaría mucho tiempo para volver a rozarte. Debí
contarte lo monótono de mi vida sin ti, tras varios meses de ajetreo contigo.
Te lo di todo en ese tiempo: lágrimas, caricias y besos. Eran reales. Al igual
que el vino, las canciones, las velas y letras con dedicatorias. Eso, quizá, no
lo olvides.
Debí decirte lo mucho que te
echaba de menos día a día, que moría lentamente cada vez que nuestra
conversación se hacía rutinaria y fría. Debí dejar el orgullo que me
caracteriza y agobiarte sin agobios, aunque no sé cómo se hace eso. Pero
también debí darme cuenta de todo, y de sobra sabes que no soy el chico más
espabilado para ello. Debí cogerte en brazos cuando te
vi a lo lejos, en esa extraña estación. Debí hacerlo, sí. Pero también debí
mirarte a los ojos y descubrir algo nuevo, algo distinto quizá. Debí acortar
cada espacio que nos separaba durante estos tres cortos días.
Pero no me voy a echar una culpa
que no tengo, tú ya sabías a lo que venías, lo tenías pensado y decidido.
Superado. Yo no. Yo aún guardaba una ilusión y una maldita esperanza, esas que
ahogaste en un hielo de café. Pensaba que la distancia y el tiempo no
importaban, si todo era sincero, que volvía a comenzar una nueva etapa.
Debí aprovecharte cuando todo
acabó y te tuve cerca. El caso es que fueron unos momentos tan efímeros que ya
han pasado volando. Ya son pasado y recuerdos. Maldito transcurrir del tiempo. ¡Cómo
aprovecharme de algo que no es mío! ¡Cómo abrazarte si solo me notarías
físicamente y yo no te notaría! ¡Dime cómo! Aunque por decir, me tienes que
decir miles de cosas, aunque ambos sabemos que no lo harás. Dime cómo te
olvido. Dime por qué duele tanto si decías que no estaba enamorado de ti.
¿Sabes? Ya entiendo esa ansiedad o nervios que te comían. Me han comido a mí
por dentro, no me dejan casi ni respirar. Lo de ducharse más de una vez era por
aquello de la purificación, para que la sal que se produce al llorar se
disuelva más rápido.
Dime por qué duele tanto pensar
en ti y en tu forma de obviar las cosas. Como si nada te importara y nada
hubiera cambiado. Tu silencio atronador. Incluso por servicios de mensajería instantánea,
esos que ya no me dedicas a mí, y si lo pienso, puede que desde hace tiempo. No
logro entender tu indiferencia e ignorancia, el paso de un todo a un nada en cuestión
de horas. El paso del aprecio al desprecio y viceversa. Es curioso que te ayude
a buscar un lugar donde vas a estacionar y yo me tengo que conformar con la
misma habitación, donde me ahoga el recuerdo de tu presencia, me asfixia y me
aprieta.
Dime que no, por favor, que no me
has utilizado por tu bien y para tu interés. Sí, soy bueno, tenías razón,
demasiado, diría yo. Quizá por eso ahora escriba esto, por ser tan bueno. Te lo
entregué todo. Me olvidé de mí y de tu egoísmo, que has pasado de un extremo a
otro, y déjame decirte que pensar solo en uno mismo no es la solución. Bueno,
quizá sí para no sufrir, pero no para vivir.
No espero ya nada de ti. Menos de
lo que ya he tenido. No espero ni que me recuerdes, que no lo harás. No espero
que llores, tampoco, de eso me ocupo yo. Porque es un dolor que hay que sentir.
Ni espero nada no. Ya no. Sé que no solo es el tiempo el que me ha borrado,
quizá otros labios demanden tu carmín. Te di mi última oportunidad. Quiero
decir, solo me quedaba una. Y está malgastada. Y duele. Pero creo que está bien
malgastada. Espero que lo que vayas buscando o hayas encontrado, sea mucho
mejor que lo que dejas atrás.
Atentamente, tu Gracias Por todo
y mi nada.
Gregorio S. Díaz "Todo lo que debí decirte y no tuve cojones"