Que no. Que no
me llenéis la cabeza de monstruosas ganas. No, no me digáis que puedo encabezar
de nuevo una gran batalla, que ya he salido derrotado en muchas otras ocasiones
y aun no se han curado mis heridas, todavía quedan las del alma. Y no, tú no me
des una esperanza, que entonces me la creo y te espero. No me dibujen sonrisas
que no llegaron a existir. Palabras que aunque fueron dichas pueden tener otro
significado. No me deis el achuchón que me hace falta. O venga, sí. Empujadme
por el acantilado de mis temores, que da igual si tropiezo en piedras afiladas
y me hago pupas peores. Llenadme de ilusión y de confianza. Pero es que…si me
dais esa esperanza me aferro a ella y temo hundirme como el Titanic, rompiendo
un iceberg. Si me das esa esperanza no quiero soltarla. Y yo lo que necesito
son manos que no agarren. Que me aprieten y aflojen, que recorran piel y se
vayan. O simplemente necesito eso, a ti, una esperanza. Algo en que creer.
Porque está visto que dios no lo es.
Gregorio S. Díaz "Una esperanza"