La sangre se rebela cuando descubre a hermanas con mucho más oxígeno. Mi
sangre se me rebela cada vez que ve la juventud pasar y no la coge de la mano.
Porque la mía envejece y la cabeza todavía vive en los pasillos de instituto.
Esos que he vuelto a recorrer y que un día, quizá, me atrapen para siempre,
como si se trataran de un laberinto. De un juego más. De otra juventud. No
creo. Porque ya no son los mismos ojos, ni los mismos labios, ya mucho más
desgastados. Ni las mismas espaldas, ahora ya no sostienen pesada carga. Ni
siquiera huelo aquellas feromonas que activaban un sentido que ya parece que he
perdido. Ahora estoy en pleno escenario, y no en la barrera. Cuento mi vida. Mis letras. Como si fuera un
famoso poeta y no otro cualquiera. Ojalá poder volver a ser aquella marioneta que
escribía tras las palabras rotas, de retos y metas, de trabajadores forzosos en
el arte de enseñar al que no quiere y al que vive más allá de este planeta. Eso
que seré yo, llevado por la corriente y el azar. Puede que también la suerte.
Os llevasteis parte de mí, con mis palabras. Yo, con vuestro silencio, robé al
tiempo que pasa casi cincuenta semanas.
Gregorio S. Díaz "Instituto"