Hay muchas luces. Si te fijas bien las hay de todo tipo y de todos los
colores. Unas cogen y te visten de gris toda una tarde y otras de pintan el arcoíris
cuando amanece. Yo las recuerdo. Tenían formas y se movían, antes de que
pudiera atraparlas. No me importaba. Besaba las que salían de tu sonrisa, cada
día. Bebía de las que lucías. Saltó nuestro diferencial. Se ampliaron nuestras
diferencias. Me llevaba a una distinta cada día para ver si daba luz, a mi
mesita de noche. No sé cuántas bombillas se fundieron. Aunque menos de diez,
seguro. Uno se cansa de no ver la luz a la que está acostumbrado. Y eso da
miedo. Me da miedo. Porque desde que dejé de iluminar de manera artificial para
buscar una luz, como la tuya, natural, todo es oscuridad. Incluso en la
oscuridad, es de noche. Imagínate. Ni la Luna sale. Son miedos normales, a
pesar de que los nubarrones ni desaparezcan y las lágrimas, a veces, surquen en
ríos de tinta. Pero hay una luz, que guía mi camino. Que me mantiene a salvo
del cruel destino. Que me mantiene lejos del mar bravío y de los afilados
precipicios, de las tormentas de arena y hielo. De las sirenas engatusadoras de
enemigos. Hay una salida, bien escondida. Y esa maldita luz que no deja de
llamarme. Y no quiero ir, porque no es la hora. La inercia me lleva. Un paso.
Otro. Y otro más. Antes de llegar, y morir, sé que encontraré el color de tu
luz.
Gregorio S. Díaz "Luces."