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10 de abril de 2016

Luces.

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Hay muchas luces. Si te fijas bien las hay de todo tipo y de todos los colores. Unas cogen y te visten de gris toda una tarde y otras de pintan el arcoíris cuando amanece. Yo las recuerdo. Tenían formas y se movían, antes de que pudiera atraparlas. No me importaba. Besaba las que salían de tu sonrisa, cada día. Bebía de las que lucías. Saltó nuestro diferencial. Se ampliaron nuestras diferencias. Me llevaba a una distinta cada día para ver si daba luz, a mi mesita de noche. No sé cuántas bombillas se fundieron. Aunque menos de diez, seguro. Uno se cansa de no ver la luz a la que está acostumbrado. Y eso da miedo. Me da miedo. Porque desde que dejé de iluminar de manera artificial para buscar una luz, como la tuya, natural, todo es oscuridad. Incluso en la oscuridad, es de noche. Imagínate. Ni la Luna sale. Son miedos normales, a pesar de que los nubarrones ni desaparezcan y las lágrimas, a veces, surquen en ríos de tinta. Pero hay una luz, que guía mi camino. Que me mantiene a salvo del cruel destino. Que me mantiene lejos del mar bravío y de los afilados precipicios, de las tormentas de arena y hielo. De las sirenas engatusadoras de enemigos. Hay una salida, bien escondida. Y esa maldita luz que no deja de llamarme. Y no quiero ir, porque no es la hora. La inercia me lleva. Un paso. Otro. Y otro más. Antes de llegar, y morir, sé que encontraré el color de tu luz.

Gregorio S. Díaz "Luces."

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