Llueve. Llueve a cántaros y se desbordan las fuentes. Llueve, y París está
empapada. Berlín se encuentra inundada. Llueve,
y Barcelona está incomunicada. Madrid arrasada. Llueve, y Granada está soleada.
Llueve y mi corazón destrozado se llena de ríos por los que una vez tus naves
surcaron, aunque ya no existe aquella isla en la que te convertiste en
náufrago, se fue a pique al chocar con uno de esos iceberg calientes igual que
el Titanic. Llueve y me ahogo entre sábanas mojadas, son restos del sudor que
desde las pesadillas todavía me sacas. Ya no por las noches apasionadas en mi
cama. Llueve y el cristal me dibuja gota a gota que ya no me quieres, que no te
busque en otra y luego entre carreteras se desvanecen. Llueve y busco un
motivo: las nubes también dibujan destinos. El mío lo corto porque apenas es un
hilo, que no sabe dónde está ni por qué ha aparecido. Llueve y medito en la
nostalgia. Esa puta barata que te llena de recuerdos y tristezas el alma, como
cuando me hace pensar en un mundo más justo y ético siendo consciente de que ya
no existe la Unión Soviética. Que el mundo se va a la mierda. Que tus ideas
liberales esconden posturas reaccionarias y cobardes. Como si el mundo entero
fuera burguesía y no explotados y pobres. Revolución y amor es lo que quisimos
hacer y no conseguí matar a tus zares ni apuntalar nuestro castillo de aire. Sigue
lloviendo. Sobre el Moscú traicionero. Sobre la Pekín vendida y sobre una
España corrompida. Sigue lloviendo y no estás aquí, para bailar con las
mariposas de marfil que nos alumbraron. Llueve y no tengo tu cuerpo empapado
encima de mi cuerpo mojado. Llueve y suenan canciones de siempre. Llueve y me
siento estúpido, loco, listo. Si perdí fue por mí, no por ti. No supe confiar
en lo que podría dar de sí. Si perdimos, tuvo que ser así, no esperes ganar la guerra agachando la cabeza y escondiéndote
en las trincheras. No luchamos contra el mundo ni nos dimos la mano. No quise
darla desde entonces y, cuando la hice, se llevaron el brazo. Nos lo merecemos.
Me lo merezco. Aunque no pienses que esto se ha acabado. Que tú has ganado y
que yo, aquí, me quedo en el cementerio de fracasados. Resurgiré de las cenizas
que un día quemamos. Volverás a caer, no en mi red, pero si en algún agujero.
Volverás a ser presa. Aunque si te digo la verdad, prefiero que no pierdas. Que
no caigas ni tropieces. Para que así te enteres y de mí te acuerdes: te faltará por siempre el escritor sobre
el que continuamente llueve, que morirá borracho y drogado, buscando una ciudad en la que
no hayas estado, ni contaminado, y sobre la que no llueva. Habrá caído sobre mí, entonces, toda la tormenta que tus ojos, por nosotros, nunca hayan desencadenado.
Gregorio S. Díaz "Llueve"