Ya no me queda mucho. No es que sea un presentimiento o algo que note, es
que es un total hecho. Queda poco de mí, del que fui. Apenas unas gotas de
recuerdos ya fríos, que cada vez surcan más mares y menos ríos. Ni aquella
famosa mirada, ni la vieja y deslumbrante sonrisa. Ya no están. No sé dónde
marcharon, pero sí que ya no volverán. La vida se me va por la cabeza, despejando
vías de salida hacia una vejez que, al pensarla, tortura. Me queda poco. No me
preguntes por qué, solo lo sé. La juventud la dejé allí, en el pasado lejano,
en otras, y no solo en ti. En las promesas que una vez hice, y que nunca
cumplí. Ni si quiera las que iban encaminadas a mí. En las mentiras que dije y
que, hoy, hacen sufrir. Me la dejé en todas esas ganas de querer ser feliz,
saltando de charco en charco, como si nunca fueran a dejar de existir. Habría
sido fácil prolongar esto y sacarme todas esas malditas espinas. Muy fácil.
Habría sido fácil contigo, hasta la rutina. Solo era pararse a pensar. Decidir
apostar. Tenía suficiente crédito para ofertar. Solo eso. Pararse. Pensar. Solo
eso. Parar. Haber comprendido que aquella no era, ni mucho menos, la realidad.
No queda más lamento que el desear que todo fuera un mal sueño. Poder despertar
en un banco de la Universidad, cuando aún rondaba en los cincos. Aprovechar las
oportunidades. Ya no me queda mucho, por eso. Por el tormento. Por las
pesadillas. Por los recuerdos que no fueron. Por los lunes, todos los días. Así
que supongo que ya es tarde si decides aprovecharme. No seré lo que fui, ni la
sombra de mí, podrá amarte. Lo peor es que murió al que todas querían atarle.
Gregorio S. Díaz "Ya no me queda mucho."