Colorear el cielo de negro y rojo
por querer una realidad alternativa donde serías, de verdad, la única.
Suplicarle al dios atmosférico que despegue su furia cuando te pienso, y que me
llene y empape de lluvia, para que moje mi tristeza al imaginármelo. Maldecir a
viva voz que no es justo. Que podría ser perfecto. Que tu risa y tu beso serían
los alicientes de mi vida en los días de sol, balón y desierto. Entender que
todo pasa y nada queda, salvo los momentos. Que todo fue ya, en su momento.
Cuando no teníamos conciencia del amor ni de hacerlo. De parecer dos ni de
serlo. Que solo reñimos y perdimos, a nosotros mismos y a las horas en las que,
convencidos, nos quisimos pensando que tenía que ser cosa del destino. Como si
el mundo estuviera para los dos construido. Y ahora, para mi deshecho, para ti
paraíso. Eso no importa, es lo de menos. Ni el hecho de que no estés aquí
conmigo, ni querer hacerlo. Qué más dará eso. Yo ya sabía que separados, pero joder,
no así de muertos. Así de rotos y tan lejos. No obstante, lo entiendo. Me hacen
falta minutos de lectura y cinco segundos de pensamiento para hacerlo. Estamos
desgastados de querernos en vidas que ya hemos vivido. En cuerpos que yacen
inertes, en los huesos, y sobre los que dibujamos millones de besos tuertos. Estamos
cansados de compartir cada generación. Tanto que queremos dejar de lado esta conexión
tan fuerte que, incluso hoy, tira de mí hacia ti como si no existieran los
imposibles. Lo peor es creerte inepto. Débil, frío y marchito por dentro. Lo
peor es que te olvido a cada paso que doy y de ti no me acuerdo. Que me
sustituiste, borrándome por completo. Que cambiaste mi risa y mis besos. Mis
mierdas y mis textos. Que ya no sé si cuando volvamos a vernos, cuando los de
esta vez dejemos de ser, querrás volver al camino correcto.
Gregorio S. Díaz "Separados, muertos."