Firmaría con
tinta negra imborrable una perpetua tregua. Que pudieras traspasar mis
fronteras, que pudiera alcanzar tus límites. Deconstruirnos para volver a
construirnos. Más adultos, más vivos, más hechos. Y fundirnos a fuego lento, no
a medias. Sin sentirme mal por repetirte y querer, más de mil veces, hacerlo.
Lanzando hacia el abismo esa mochila que de piedras hemos ido llenando y que me
ralentiza el paso y nos pesa tanto. Dejar por una vez ese absurdo juego de
niños. Diagnosticar los problemas del mundo, y dar solución a los nuestros, a
los que no nos enfrentamos ni profundizamos. La lava del tiempo, que te va
quemando todo el cuerpo a medida que cumples años, recuerda que el dolor es más
dolor si no tienes con qué aliviarlo. La soledad y la compañía te hacen
constatarlo. Llegó el momento de quitar caretas, que no estamos en Carnaval. De
dejar las mentiras atrás. De confesar, no ante dios, sino ante mí mismo y ante
lo que queda de ti aquí, ahora. Que no hay cenizas volátiles. Que son ascuas
ardiendo. Que el miedo que corroe es por querer no volver a sentirlo. Por no al
lado notarte. Que es recíproco e inestable. Ambos sabemos que esto aún no ha
acabado. Que quedan muchos minutos qué jugar. Pero, querida, cuantos más pasan,
menos quedan para el final. Aunque bueno, quizá esté jugando solo y no me he
dado cuenta de que ni el árbitro está ya. Que puede que esté guerreando contra
mí mismo y nadie más.
Gregorio S. Díaz "Perpetua tregua"