Al principio,
las cosas no pasan. Quieres, con todas tus fuerzas, que pase alguna, pero no
pasa nada. Lo intentas. Escribes cartas como si estuvieras en los años
cuarenta. Te haces el gallito. Las cosas no pasan. Creces y sigues esperando a
que pasen. Alguien, entre clase y clase, se interesa por ti y parece ser que
las cosas pasarán, pero tampoco. Los miedos, unidos al telón de fondo que es el
cementerio, te impiden lanzarte a algo tan natural como una cosa pasando.
Sucediendo. Se aleja y se alejan las posibilidades. Te rehaces. Te animas. Las
cosas pasarán, tarde o temprano. Solo hay que esperar, solo hay que dejarse
llevar. Vals. Camiseta rosa, vestido negro. Mariposas. Septiembre eterno. ¡Las
cosas iban a pasar, al fin! Pero tampoco. Se escurre entre unos dedos que
tiritan buscando unos que la agarren. Mensaje para leer todas las noches. Para
memorizar y entender que las cosas no te pasan, ¿qué creías? Todo seguirá tal y
como siempre han sido. Ya no te rehaces. Ya no esperas que las cosas pasen,
porque no te pasan. Entonces pasan. Entre los huecos del radiador de un
pasillo. En el intercambio de clase. Cuando toca la sirena. Entre escaleras. En
sofás. En el cine. Entre música, alcohol y paseos. En el fútbol. Las cosas te
suceden. Se te encaraman y te vendan los ojos. Te abren la imaginación. La
mente. El alma. El corazón. Te evaden y te impulsan. Eres el rey del mundo
cuando aquellas cosas pasaban. Hasta que dejaron de pasar. Esta vez, estabas
convencido, otras cosas podían pasar. En otro sitio, en otro lugar, pero no
tardarían en llegar. Y miles de cosas distintas pasan. En las curvas de una carretera
nueva. Entre el bullicio de la noche. Siendo inconsciente. Cerca de la hoguera.
Cuando llega la Primavera. Las cosas pasan, pero no son las cosas que pasaban.
Las que te llenaban. Te paras, las buscas y no pasan, porque han decidido pasar
a otras cosas. Te paras. Las cosas que ahora te pasan puedes colorearlas para
que sanen las que ya no pasan. Te distraes. Las cosas que no pasaban, quieren
pasar, vuelven. No haces caso de la rubia que te suplica que te quedes, que
pasarán mejores cosas. Las cosas que pasaban, después de eso, no quieren pasar.
Florecillas por el camino quieren inhalar tu olor y desprenderlo. Que las cosas
realmente le pasen. Ya no sabes si quieres que las cosas te pasen. Solo las que
pasaban. Y eso pones de excusa cuando una risa eterna quiere que te rías de
todas las cosas que os pasen. Pero aquellas cosas no, ya no pasan. Ni otras.
Todo deja de pasar. Te vuelve aquel miedo. Por si nada vuelve a suceder. Llega un
limón y casi las cosas exprime. Una candela de fuego la aparta y te abrasa y le
entregas todas tus cosas. Ella se queda las suyas. Pasan tantas cosas, que
quieres que sean eternas. Pero te las tira a la basura y se lleva algunas. Te
quedas sin cosas que pasan. Definitivamente, no crees en que las cosas puedan
volver a pasar. Ni las primeras, que te llenaron una vez, ni las últimas que
casi te intentan matar. Las cosas dejan de pasar. De vez en cuando, a cuenta
gotas, pasan. Aquí y allá. Pero te juras que no volverán a pasar. Estás bien
como estás. Las cosas te dejan de pasar. Nada de nada pasa. El cuerpo te pide
una cosa y la mente otra. Te llenas de cosas que dijiste que no volverían a
pasar. Son las únicas que, pensándolo bien, pueden pasar. Al final, las cosas
dejan de pasar. Nada pasa. Sigues escribiendo cartas, que nadie leerá. Lo
intentas. Se te acaban las fuerzas. Las cosas no te pasan, ¿qué creías? Todo
seguirá como siempre ha sido y siempre será.
Gregorio S. Díaz "Las cosas que no pasan"