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22 de junio de 2017

A las espaldas de la Alhambra

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Perdona, yo te conozco. No, no me he confundido, ¿a que no? ¿No eres Sherezade? ¿La cuentacuentos más famosa del mundo entero? ¡No pongas esa cara! Era solo una broma. Aunque bueno, tengo que confesarte que tú a mí me has cautivado con muchas de tus historias. Con sus melodías. Pero, oye, ¿qué haces aquí? Quítate esas gafas de sol, en Granada nadie te va a reconocer. Sí, lo sé, yo sí. No me digas cómo ni por qué. Eres preciosa. Quiero decir, es preciosa, ¿no crees? Podrías ser su digna sucesora, sin problemas, la de Boabdil: si pudiera, te daría la Alhambra, para ti toda entera. Para que la Luna os envolviera y os hiciera eternas. Puedo enseñarte cada recoveco de este laberinto de rosas, verde jazmín y rojo fuego, y entre palacios de sultanes y leyendas de llaves, robarte algún que otro beso. Olvídate de ese anillo, aquí y ahora. No te hace falta. Tampoco pienses en la distancia del tiempo. Antes o después, somos contemporáneos, a pesar de que no dudo que tú y yo en tiempos andalusíes tuvimos un romance casi etéreo. Por el Albaicín una escapada loca. Lejos de los rumores de guerra y del fin de una era. Sangre morisca corre por nuestras venas. Granada te tira y por eso vienes a recorrerla. A recordarla. Por eso te he encontrado aquí, postrada a las espaldas de la Alhambra. Entre el sonido de un guitarra y unas palmas. Lo sé, morita, porque yo también he leído la carta que escribí antes de morir, a tus pies y a los de la roja muralla nazarita.

Gregorio S. Díaz "A las espaldas de la Alhambra" 

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