El vuelo de tu falda, de nuevo. El
brillo de unas pupilas que dilataban las mías, otra vez. Tú, por estos barrios,
como cada abril y cada mayo. Como cada enero y como cada invierno. Como cada
verano. Y yo qué pensaba que habías llenado mi hueco con otros besos, esos
mismos que, por lo visto, no te dan para rellenar el vacío que te asola la
mente, aunque no el cuerpo. A ese lo sacias por miedo. Por autoengaño. A ver
cuánto dura ese cuento. Las excusas están en su puesto: algo que quiero saber y
me invento, sorpresas por lecturas sobre las que, interpretándolas, me devano
los sesos, que el lazo no se rompe y que es irrefrenable el deseo de tocarlo,
de vernos como los de antes, siendo los de nunca. Espera, ¿no te zafaste de mí
como esas que en un desayuno de cafetería te dicen que se marchan? ¿No me diste
de lado porque sabías que estaba solo, loco y agotado? Que había cambiado y ya no
conjugábamos. Entonces, para qué brotes verdes y esperanzas. Para qué regresas
con mentiras inmaculadas. Que esto ya lo hemos vivido. Que uno vuelve, se va, y
se ha ido. Que otro busca, quiere, pero parece que has perdido. Tú, otra vez,
maldita sea. Tú. No te quedes conmigo. Quédate en tu sitio. Que el corazón ya
no cree en corazones y jura que solo quiere estar lejos del tuyo. Que ya se han
vuelto imposibles lo que ayer eran improbables. Estéril tarea la del destino,
la de mantenernos unidos. Solo en sueños, querida, tenemos el poder de
conseguirlo. Así que da media vuelta y en tu caballo monta. Mi tiempo se ha
acabado. Demasiado largos han sido estos diez años. No tuerzas los caminos. Que
yo no te quiero ver en el mío.
Gregorio S. Díaz "Tú, ¿otra vez?"