El que se reía del mundo, porque
no lloraba. El que luego lloraba, porque no tenía una sonrisa a la que provocar
su risa. El que pensaba que no iba a poder volver a ser, y ahora se encuentra
como siempre, estampado contra la gruesa pared. El que pensaba que no le
quedaban oportunidades para sentir, pierde otra y le duele como si fuera la
primera. El que pensaba que ya iba siendo hora, que también le tocaba, el mismo
ingenuo que no sabía que la suerte para él ha estado por siempre echada. Que el
hechizo y la maldición todavía mancha. El que lo predice todo en sueños y no se
da cuenta. El que, por perder, pierde todo lo que intenta. Dos años esperando a
un beso de estos, aunque fueran los más maleducados y siniestros, para que te
consuman de nuevo. Para que te quiten el renacido pellejo. Para que te
sentencie, definitivamente. El mismo que sabe que todo es mentira, un engaño.
Una farsa. Una copla de carnaval. Algo que podría haber sido real. La culpa la
tienen los días intensos, el vacío que se llena por dentro, las promesas en
estado incierto, que lo pudieron recrear. Las ganas y el deseo, que lo
incentivaron. El recuerdo y los textos, que lo mataron. El que no se explica
cómo y por qué. No lo de ahora. Lo de antes. Ni cómo vino, ni como fue. El
mismo que esconderá la cabeza, aunque la mantendrá alta. La mirada agachada. No
muerta, pero sí tuerta. Llena de vendas. El mismo que está acostumbrado a las
causas perdidas y a sus dolorosas heridas.
Gregorio S. Díaz "El que..."