Ayer la vi, ¿sabes? No,
tranquila, ven. No pienses nada de eso. No sé cuánto tiempo habrá pasado ya,
pero para serte sincero, parece que hayan sido milenios los que, como a las
pirámides de Egipto, nos han barrido. Desde que no la veo. Desde que no me ve.
Desde que no nos vemos. No soy capaz de decirte si llevaba ese vestido negro
que le gusta tanto o esos zapatos de infarto. No sé si llevaba el pelo recogido
o si se lo habrá cortado, o si lo lleva largo. Solo le vi los ojos y las manos.
Los ojos los tenía perdidos. Con brillo y luz, sí, pero perdidos, sobre todo
cuando se reflejaron en los míos. Las manos las tenía agarradas a otros dedos.
Enlazadas a otro cuerpo. Después de milenios, de no saber nada de ella y
eso…pensé que iba a caerme redondo al suelo. Pero ya no pasó nada. Ni rabia ni
celos. Nada de eso. Sé que esas manos recorren cada noche su cuerpo, desde hace
tiempo. Y no me tortura pensarlo, y mucho menos verlo. Es que no se me encogió
la barriga, ni se me disparó el corazón del pecho. No se me dilataron las
pupilas ni se me entrecortó la respiración. Tampoco la bilis salió a mi
encuentro. No me mareé ni creí hacerlo. No tuve que escribir, después, borracho
y melancólico, como antaño he hecho. Solo pude sonreír y recordar dos sonrisas
que se cruzan en parada de autobuses y su silencio. Ojalá la vida la trate como
yo solía querer hacerlo. Te aseguro, ya no estoy en tenebrosos pantanos ni
lleno de lodo y desechos. Ya no vuelvo la cabeza por el camino hacia viejos
lechos, ni les pido perdón, como me obsesioné con hacerlo, por mis malos
comportamientos. Lo que fue, quién puede cambiarlo. Lo que viene adelante, está para moldearlo.
Gregorio S. Díaz "Ayer la vi"