Qué te queda. Dime, qué es lo que
de mí te queda. Nada de nada. Solo borrosas memorias, que no fueron ni
consolidadas ni en fuego grabadas.
Cuatro historietas, mal contadas, de lo que fuimos cuando jugábamos a
ser mayores y solo éramos unos niños. No te queda nada de mí. Ni mi olor en tu
pelo ni la sonrisa del contraviento en tu cara cuando salía disparado de tu
cuarto. Si acaso, un deshilachado pañuelo, que quizá, con todo ese sentimiento
que él por sí solo guarda, tiene algún recuerdo sincero, de alguna que otra
promesa hecha mediante alcohol, pólvora y besos. Qué me queda. Es que ya no sé
lo que de ti me queda. Porque ya no me salen ni las palabras. Ni esa rabia.
Antes, musa de todos mis escritos, ahora hada olvidada que de vez en cuando
surca alguna parte de mi alma apuntándome con su varita, haciendo que algo
escriba. Si tener mucho que decir. ¿Qué me queda de ti? Tal vez tres cartas mal
escritas, envueltas en la tinta de los antiguos problemas, que se convirtieron
en anécdotas. Una foto a tela y color. Un último vals y puede que hasta una
canción. Solo nos queda lo que perdimos. Todos los planes que hicimos y a los
que ya borró el olvido. Los que ya no cuentan y no compartimos. Solo es tiempo
no vivido. Y precisamente, eso, es lo
que nos queda, lo que perdimos. Pero tampoco hay que ir de traje negro a este
funeral por eso. Una rosa roja que no se marchite en el ataúd y que el
enterrador baje a dos metros sobre tierra lo nuestro.
Gregorio S. Díaz "Funeral"