Me dejaste ir, tan tranquila, a
sabiendas de que deberíamos haber iniciado lo que el tiempo hasta ahora no nos
ha permitido. Fui alejando esta historia de mi cabeza. Fui yéndome poco a poco,
sin desaires. Haciendo poco ruido, arrastrando monstruos y llevando miedos
conmigo. Sin despedirme. Tan certera, no pediste explicaciones. Tampoco las
tenía. No era el momento, ni las formas. Tenía que existir otra vía, que no fuera
la de empujar al destino. Tenía que ser natural, como todo lo que ha venido. Yo
que sé, otra solución a esta caída. El enero en que dijimos de empezar a serlo,
me trajo lejanos recuerdos. No poseía más que unas letras confusas para darte,
y tú, aunque mucho más tenías, siempre lo ocultaste. Tal y como ahora haces.
Pudiendo acelerar la historia, obsesionarte, en tu sitio mantuviste el tipo. La
compostura. Entendiste que no podía y que solo el tiempo remediaría y una
respuesta daría esta aventura sin beso. Con cine, política y algún que otro
verso. Y eso que conoces bien quién soy y de lo que peco. Lo que oculto y
comparto. Que me ves desnudo y vulnerable, tierno, tras este enorme escudo. Ese
con el que me protejo. Tú también te escondes tras una careta. Cuando dices lo
que dices, estás afirmando justo lo contrario. Y no vivimos en mundos opuestos.
Y ahora te tengo aquí, cercana. Esperando una llamada. Y yo sin atrever a
moverme de aquí. Sin atreverme, al fin, a un nuevo mundo construir. Que, si te
dije que no más miedos, créeme que tengo los dedos y el corazón temblando por eso.
Gregorio S. Díaz "Escudos y caretas"