La sangre. Roja, líquida y pura.
La sangre es la que ha mantenido unido a este país, que no se ha cansado de ser
patrimonio de una sola familia. Del que solo se apoderaron sus súbditos cuando
tuvieron que cerrar a Napoleón las puertas de Cádiz. No lo construyeron sus
reyes, ni su nobleza, ni sus leyes. Tampoco los empoderados burgueses. Lo
hicieron las humildes gentes que han labrado esta tierra para sus amos y para
la iglesia, con el sudor de su frente, durante generaciones. Las uniones
matrimoniales de alta alcurnia, las guerras y las conquistas de selvas exóticas
no podían uniformar lo que no es uniforme. No podían limar las naturales
fronteras de las diferencias. Eso vino más tarde, cimentándose lentamente,
desde arriba hacia abajo, con el poder del absoluto. En el tiempo de las
prohibiciones, las grandes redadas y el despojo a esas mismas gentes de sus
identidades. Luego afloraron nuevos sentimientos: el de un Imperio venido a
menos, el de la superstición que vencía a la ciencia y el de un atraso
provocado por el orgullo del recuerdo del oro malvendido a Europa. Cuba indicó
el camino de lo que España sería y ha sido. Puso el foco en que lo que quedaba de la
gloriosa España y que ningún territorio más debía ser perdido. Como si fuéramos
uno. Lo que no quiere decir que no seamos iguales a la vez que diferentes.
Volvió la sangre a juntar los pedazos que escribían su propio destino. Que buscaban
renovar la anclada España con nuevas ideas. Pero venció el pasado. La tiranía.
El viejo caciquismo de imponer una absoluta verdad. Entonces, una de todas las
Españas se adueñó de ella. De lo que era, de su bandera y de quererla. De toda
entera. ¡Como si las otras no la quisieran! Ni la mal llamada reconciliación
pudo devolver España a cada uno de sus poseedores. Por eso hoy siguen llorando
Lorca y Miguel Hernández. Porque sigue el jaleo y estamos pensando de nuevo en
el tiroteo. Porque seguimos siendo esclavos, a pesar de todos nuestros
olivares. Porque seguimos con la ira, a pesar de la libertad. Porque las
tristes Españas que no se resignan a morir, quieren lavarle la cara a
esta España rancia que las domina. De nuevo, a partir del consenso, construirla. Que, de una vez por
todas, todas las Españas la formen y la guíen. Que siendo diferentes queramos seguir siendo iguales. Porque hay que entender que España
es una, formada por muchas de ellas. Que, si nos empeñamos en que solo sea una,
se va a quedar sola…
Gregorio S. Díaz "Las Españas"