Cerrar los ojos, por una vez. Echar
de menos esa tranquilidad del nada qué hacer. La magia de llenar la cabeza de
imágenes y de letras que no sabemos por qué, pero llenan y endulzan a una mente
poco a poco más abierta. Echar de menos los pasitos en un pasillo de azulejos y
columnas donde apoyar la espalda. Ver cómo no avanzaban las agujas de un reloj,
dando lugar a horas a cámara lenta y aburridas. Tomarse la vida despacio. Con
un trago de ron el viernes, diez el sábado. Besos en la madrugada y un domingo
de resaca y descanso. Este ritmo frenético no solo me mata, sino que me
envejece, y, sobre todo, me colapsa. Me llena de cosas por hacer y miles que no
me dan tiempo hacia ellas proceder. Cuando quieres acordar ya es día veintiocho
y hace tres meses del día de ayer. Y como diga de mirar más atrás, me da
vértigo. Auténtico pavor. Ya no es que día a día, te coma la vida, sino qué
llegas a pregúntate si está bien aprovechada. Si la estas viviendo como
quisieras vivirla. Cerrar los ojos y recordar. El tiempo de la rutina. De
querer crecer. De cumplir sueños y tener el mundo a tus pies. Abrirlos y ver
bien. Sin ti aquí. Rasguñado y ensangrentado por hacer realidad algunos sueños.
Con ojeras y canas, por hacerte un hueco entre los que buscan dominar un mundo
que se los ha comido. Otro pasar de días. Otra noche aburrida. Una vida no entera
vivida.
Gregorio S. Díaz "Cerrar los ojos"