Es noche, noche cerrada. Hace
frío de nieve y pasan rápido las líneas delgadas y entrecortadas de la carretera,
que está helada. La música suena, muy alta. La conducción es agresiva, entre la
tenue luz roja del interior y las curvas cerradas. Las calles están
completamente vacías, las casas, blancas, no solo por la nieve sino también por
sus fachadas, se erigen como anónimas protagonistas. Estás ahí, en la parada del
bus, esperando a que llegue, inclinando a destiempo las rodillas, combatiendo
la sensación térmica de menos siete grados. Hasta veo tu respirar blanco a
través de la ventanilla. “Tengo los pies
helados”, dices cuando entras y te quitas del cuello tu nuevo pañuelo,
dejando al aire tu pelo largo y las orejas, rojas. Luego me miras, y nos quedamos
callados, como paralizados, tras tanto tiempo sin mirarnos a los ojos y conocernos
solo a través de las letras del teclado. Me das, al final, los dos besos de
rigor y haces una de tus bromas. Te metes conmigo, me quejo y me río. Meto primera.
Cuando el aire del coche te calienta, te digo que abras tu regalo, que está en
la guantera: un libro que siempre he esperado que leyeras y tú siempre has
postergado, como problema. Tiene mi letra y mi firma. También tu nombre en la
dedicatoria. Al lado de unas gracias en mayúsculas y un perdón omitido, pero
implícito. Ahí estás tú, entre esas líneas. Todo por ti y por las lecciones de vida que tanto tú como el tiempo
que nos ha pasado por encima me han enseñado. Lo demás, todo lo demás, las
copas, las sonrisas, tus palabras y las mías, el abrazo que no es beso y el
beso que se torna abrazo, las dejo al azar, porque pueden ser, pero no serán. Ni
me leerás, ni en el asiento contiguo te sentarás. No sé si te podré firmar. Lo
que sí sé es que no te vuelvo a empezar. Que no te voy a abrir mi corazón, ni
mi mente, en canal, como otras tantas veces. No tocaré tu pelo rubio, solo de
él me tendré que acordar.
Gregorio S. Díaz "Mi letra y mi firma."