Si no permanezco impasible ante
las críticas, mucho menos lo hago ante el halago. Otra cosa es que me quiera
recrear en pasiones, para mí siempre infundadas, pues no tienen base lógica.
Recuerdo otro tiempo en el que tan solo el escuchar parecidos versos me
extasiaba el alma y creía volar por torres demasiado altas. La realidad las estampó
primero en mi pecho, luego en mi espalda. Esas, supongo, son las heridas de
guerra de las que hablas. Hace tiempo que aprendí a cerrarlas, a no ir por los
bares presumiendo de carne abierta, tratándolas de cerrar con fuego y cubatas.
También supe que no debía dejar entrar cuchillos hasta tan dentro de mis
entrañas. Qué me vas a contar tú de valentía si yo no sé ni que significa. Qué
más da que sea a medias, si yo no tengo ni un cuarto de eso de lo que hablas. Por
eso no te niego mi cobardía, cuando con esas mismas y justas palabras, antes,
he salido corriendo por patas, huyendo sin despedidas, ni flores, ni versos, ni
nada. Hoy no me voy, pero tampoco me quedo. Confieso, soy un cobarde con todas
las letras, tengo demasiado miedo. No sé qué estoy haciendo contigo. Si me
preguntas, te digo. No voy a prometerte un para siempre. Demasiadas promesas he
hecho, dos he cumplido. Las dos a mí mismo. No voy a pensar en quererte hasta
diciembre. Solo ver qué pasa, tratar de agarrar el presente. Que dibujen las
velas y las luces, en forma de estrellas, lo que ha de ser si es que ellas quieren.
Yo, de momento, me quedo en el lado derecho de tu cama, agarrado a tu espalda,
batallando contra esas agujas del reloj, que me absorben la vida y la calma. Él
tiene todas las respuestas: el tiempo manda.
Gregorio S. Díaz "Heridas de guerra"