Ese extraño placer al pensar, por
tan solo un instante, que el mundo entero se ha ido a la mierda. La enorme
belleza del caos, del apocalipsis. Del principio del fin y, mas que nada, el
fin de todo lo conocido. De como lo hemos conocido. Conducir, de forma
agresiva, en la oscura noche. Atravesar pueblos fantasmas, llenos de muerta
vida. Impasibles ante el tiempo. Testigos, como son, de la Historia. Que han
visto venir y pasar a cientos de miles de errantes cuerpos. Sentirte solo. A lo
lejos, escuchar los imaginarios fuegos, terremotos y tormentas. La lluvia
ácida. Todo lo que ha acabado con la sociedad y sus eternos logros. El progreso
y todos esos infantiles cuentos. Que ya no queda nadie en La Tierra. Que estoy
solo llevando este coche entre las dunas de un desierto de sangre, lágrimas y
lodo. Que la noche ahora sí da miedo y no hay un mañana que ser descifrado. Y,
así, de esta manera, en profundo pensamientos ensimismados, de frente dos luces.
Y otras dos, tras estas. Y la autovía se llena de vehículos metálicos, que llevan
a sus portadores al fin del jueves a las una de la madrugada. Y no, el mundo no
se ha ido, entero, a la mierda. Está tal y como siempre ha estado. Y tú, loco,
como esperando una señal que provoque ese fin, del que todos hablan y no llega,
se deshace en la tinta de tus manos. No entiendes que esa magia no la verán tus
ojos.
Gregorio S. Díaz "Dos luces."