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28 de marzo de 2020

Sacerdotisa.

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El humo que desprendías y que nunca llegaste a echármelo en la cara, porque decía que qué mal gusto y qué mal sabor. Lo bien que sabía ese cigarro que fumábamos semanalmente los dos. Vi cómo chupabas cada calada, en modo oscuridad, con lunas llenas, frío y cuero blanco de fondo. El aire, todo cargado de uva y melón. Un beso y un ron. Una noche de auténtico amor. La primera en la que viste de verdad a dios. Cuando te convertiste en Sacerdotisa de una nueva religión. De la que clases de catecismo te impartía yo. Sin libros ni versículos, ni profetas de malagüero pensando en el castigo divino. Solo con lascivia y algo de sudor. No había pudor en el éxtasis de Santa Tersa ni en las vírgenes que se guardan al lado de un bodegón. No podía durar más aquel infierno de placer continuado y dolor. Nunca iba a igualar lo que otros te podían dar y yo no. Riquezas, oro y todo lo que pidieses al asegundo después de pedirlo. No estaba en posición de prometerte nada. Solo palabras y algo de amor. Ese que antes iba, venía y también provocaba sufrimiento y dolor. Solo queda esa noche en la que dos vueltas tuve que dar para consumar lo que fue, en su día ya, el primer adiós.



Gregorio S. Díaz "Sacerdotisa"

1 comentario:

  1. La mejor doctrina de fe que se puede enseñar es el amor y el placer. Me gusta la creación de una imaginación ambigua, el otro lado de las palabras. ¡Insuperable!

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