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22 de enero de 2021

Agarrar de la mano.

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Nervioso, a toda prisa, mira en derredor de toda la visión que le permiten sus ojos chicos, dos puñales. Busca más allá del brillo de una pantalla, lo invisible. Se refugia y pierde en unas letras mal escritas, demasiado tristes. Tiene miedo y lo confiesa con la boca pequeña. Tiene miedo porque todo el mundo se encuentra mirando. Y, agarrado a su mano, cualquier terremoto, una explosión, puede hacerles salir volando en pedazos, hechos añicos. A veces piensa en lo liberador que sería, romperse otra vez, salir disparado al cielo. Llegar al espacio. Ralentizar el tiempo. Vagar de forma efímera, a la vez que eterna, con las estrellas al fondo del escenario. Morir, de esta forma, frío y solitario. Sus dedos lo aprietan y tiran de él, hacia el suelo, cuando tiene los pies elevados y la mano tocando las nubles de algodón del cielo. Vive con miedo, con mucho miedo, porque todos tienen una lupa, una doble vara de medir, con la que juzgan sus actos. Tiene miedo de enseñar al mundo lo que siente, porque ya ha aprendido que, al instante, los bandos enfrentados pueden cambiar de bando. Agarrar y tirar de otra mano.


Gregorio S. Díaz "Agarrar de la mano" 




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