No sé si un sueño o un recuerdo.
Si es por la fiebre, la consciencia o un pronóstico futuro. Existía una
carretera de muy negro asfalto y dos coches desconocidos, pero sincronizados.
Al llegar a la Catedral tu pamela y mis gafas de sol sobraron. Aquel era un
mundo totalmente nuevo, lejos de nuestro mundo típico y lejano. Pateamos las
calles del señorío trianero, contando anécdotas de toda una vida sin vernos. Cerveza,
vino, risas y cae un tímido beso. Es el cariño que nos tenemos, la complicidad,
que no se ha ido. Otro tímido beso. Como el del pasillo, el primero. Como el de
la estación, el último. Moría el ajetreado día en un hotel de poca monta. Observo
cómo te quedas dormida, después de una ducha fría, mientras aprovecho para acabar
leyendo algo que no me pase luego factura. El sol de la mañana nos trae sal,
viento y arena. Es muy fina, porque es arena del tiempo, que había escapado
de su enorme reloj, eterno. De mis manos caían los granos a destiempo, como
cayeron los tiempos de nuestra clandestinidad. De nuestro amor oculto,
inapropiado, lejos del control de la férrea dictadura que nos controlaba. La
noche es joven y las casas blancas, de regreso, me cantan coplas de Carnaval,
que tarareo agarrado a uno de tus dedos. La noche es joven y te miro por encima
del muslo cuando me pides que le ponga nota a tu vestido. Tengo que entrecerrar los
ojos para verte bien, de nuevo, y suspiro, pícaro, hasta que te ríes y te
sueltas el pelo. Me enseñas el culo y me aprieto contra tu pecho. Y ya, sí, me
das un beso. El de siempre. Los que recuerdo. Nos vamos a un antro en el que perder
el sentido, en el que aprovechar lo que no hemos tenido. Las copas y la música resuenan
dentro de nuestros cuerpos. Amanece y vamos ebrios. Nos comemos enteros, cuando
todo es paz y silencio. Te gustan mis manos, me lo dices, cómo tocan tus senos.
Me gusta cómo me miras, te lo digo, con lascivia y profundo deseo, como si, de
tanto morderlo, fueras a perder el labio. Desde la frontera con Portugal, no
soy el mismo. Me vuelvo más serio, frío. Pensativo. Todo acaba en Oporto. Tú
coges un avión, yo me vuelvo solo desandando el camino por el que hemos venido.
Al verano le quedan treinta días, pero ha llegado septiembre. Como siempre sucede.