Hubo que abrir las persianas y dejar que la claridad entrara. El Sol en lo alto, brillaba. La Luna, agazapada, su turno esperaba. Como la noche y el día, que se suceden, como los eclipses, cuando momentáneamente coinciden. Como nuestras almas. Tienen unas hendiduras que se acoplan de forma absoluta y perfecta, los ojos son su puerta. Ya sé que tú también te has dado cuenta. Ahora que no se pierde la razón y acorazado, a prueba de bombas, tengo el corazón. Acolchado por la Historia, que es la que mueve mi sangre. Ahora que yacía tranquilo, conformándome con ver la vida pasar, maldita sea toda mi suerte. Benditas las letras, los efímeros meses. Maldita la distancia que interpone la vida y sus entretiempos. Bendita la cercanía de dos cuerpos atraídos por sus mentes. Como si solo al pensarlo ya hubiera acontecido. Como si la imaginación no volara ni tiritara, a pesar de tener los pies bajo el firme suelo. Solo le pido a esa razón, de la que hago gala, que me dicte para que escriba y así poder entender con lógica lo que se le escapa a cualquier ciencia. Porque no tiene adjetivo ni nombre, pero los dos sabemos ya cómo se llama.
Gregorio S. Díaz "Cómo se llama"
