Cómo brillaba. No sé si lo
recuerdas, pero las calles por donde pasaba, se iluminaban. Las flores parecían
volver a sus excéntricos colores, una música flamenca y tibia salía de los balcones.
Tenía dentro de mí una luz blanca que se proyectaba kilómetros hacia delante y
hacía atrás. Tenía caliente el cuerpo y claras todas las ideas. En ebullición cien
proyectos. Sonrisa, palabra y sin miedo a nada. Y, no sé cómo, esa luz blanca,
límpida y pura, se fue convirtiendo en incendio. Como si al moverse se hubiera
encontrado con mi ropa y la chispa lo hubiera desencadenado todo. Amarillas
llamas, grises humos. Ha ido extendiéndose, sin percatarme, por articulaciones
y extremidades. El fuego, aunque iba quemando, seguía dándome vida y proyectando
luz a los pasos que me atrevía a dar. Eso sí, no veía de mis pies mucho más
allá. Las flores eran oscuras, los balcones cerrados. Y ahora, el incendio me
ha consumido. A fuego lento y desde dentro, han acabado conmigo. He terminado
conmigo mismo. Aquel otrora blanco faro que poseía, parecía eterno. No volverá.
Lo que me queda no es más que ceniza. Negra y muerta. Etérea. Sin posibilidad
de recomponerse. A ver cuál es el último viento que se las lleva, si Levante o
Poniente.
Gregorio S. Díaz "Ceniza"