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1 de agosto de 2021

Ceniza.

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Cómo brillaba. No sé si lo recuerdas, pero las calles por donde pasaba, se iluminaban. Las flores parecían volver a sus excéntricos colores, una música flamenca y tibia salía de los balcones. Tenía dentro de mí una luz blanca que se proyectaba kilómetros hacia delante y hacía atrás. Tenía caliente el cuerpo y claras todas las ideas. En ebullición cien proyectos. Sonrisa, palabra y sin miedo a nada. Y, no sé cómo, esa luz blanca, límpida y pura, se fue convirtiendo en incendio. Como si al moverse se hubiera encontrado con mi ropa y la chispa lo hubiera desencadenado todo. Amarillas llamas, grises humos. Ha ido extendiéndose, sin percatarme, por articulaciones y extremidades. El fuego, aunque iba quemando, seguía dándome vida y proyectando luz a los pasos que me atrevía a dar. Eso sí, no veía de mis pies mucho más allá. Las flores eran oscuras, los balcones cerrados. Y ahora, el incendio me ha consumido. A fuego lento y desde dentro, han acabado conmigo. He terminado conmigo mismo. Aquel otrora blanco faro que poseía, parecía eterno. No volverá. Lo que me queda no es más que ceniza. Negra y muerta. Etérea. Sin posibilidad de recomponerse. A ver cuál es el último viento que se las lleva, si Levante o Poniente. 

Gregorio S. Díaz "Ceniza"



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