A veces me da por quitarme la máscara. Aplaudir a la carretera y gritar a pleno pulmón aquello que mi corazón y mi mente calla. Me da por pensar que esta vida rutinaria me llevará por delante y no se enterará ni mi alma. Que soy un autómata. A veces pienso que sacar pecho de lo irremediable sería lo real. Que he querido frenar lo inevitable. Esconder lo que a simple vista se ve. Que la vida sería mucho más sencilla. Haberme quedado para siempre en las cuatro calles estrechas que dan a la plaza. Pajarillos y melodía a la claridad del día, ropa holgada, libros viejos y una manta raída. Una mano huesuda en mi cara y unos ojos grises, punzantes, siempre sobre mi espalda. Una tez morena pidiéndome más cada madrugada. Los chillidos inauditos que hierven la sangre de cuatro o cinco niños, que ríen y te tienden la infancia. La felicidad que da el sol solo por salir cada mañana. El calor de una hoguera cuando la nieve funde hielo con su mirada. La tranquilidad que da el pensar nada más que en lo que pasa hoy, sin saber si habrá mañana. Quitarle al dinero todo su poder y entregárselo al agua. El hogar cantando y bailando al son de una guitarra como si el mundo se acabara. El éxtasis de la borrachera, levantarse con resaca. Mirar al lado y ver los rayos calientes traspasando la ventana. Los vellos de la piel morena como escarpias, sus ojos grises, cerrados, todo en calma. Esperando el próximo asalto, girando la rueda, que no se detiene, a ver qué suerte nos depara.
Gregorio S. Díaz "Piel morena"
