Las noches aquellas, ¿recuerdas? Parecían eternas. Dejaban sin energía a un cuerpo que renacía al despertar, cada mañana. No como ahora, que se levanta a tientas y casi se desploma. Las noches aquellas tenían un halo de misterio y fuerza, de atracción, magnetismo y pureza. Tenían canciones, melodías y memorias. Paseo, comida y, al fin, la gloria. Se hacía un estruendoso silencio a ciento veinte kilómetros hora, ensimismados en nosotros mismos. Mientras, tu olor a almizcle se guardaba en cada hueco de mi coche, tus manos dibujaban carreteras en mi nuca, erizándome el pelo, poniendo todos mis sentidos alerta. En las noches aquellas me mirabas parpadeando y derretías con tu verde mi sangre. Parecías desafiarme con tus garras, a ver quién tiene más ganas de querer. De comer carne, por segunda vez. No había llegado el miércoles de ceniza ni el viernes de dolores. Quería tenerte en mí, sobre mi piel. Me deseabas tan solo con una mirada, con esos ojos grandes, fijos, puesto en mí y en mis maneras. Yo con mis manos en tus caderas. Después, solo quería quererte bien. En las noches aquellas me di cuenta de que existían millones de estrellas. Que cuando hace frío fuera, adentro nunca hiela. Que había encontrado la última pieza, el oro republicano perdido. Ahora no logro rememorar la última noche aquella, y temo que olvide lo que era, que prime en lo que me he convertido. Por eso, aprieto fuerte la mente. Para que se quede grabada para siempre la noche aquella en que fuimos más de uno los dos. Sin carne, besos, ni desnudos, sino con ropa y lágrimas. Con palabras certeras. Cuando pude ser libre, contigo. Cuando rompiste, con un abrazo, la pesada etiqueta.
Gregorio S. Díaz "Las noches aquellas"