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10 de diciembre de 2023

Un refugio

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Cuando tengo toda la vida por delante y siento que se va, entre suspiros, cuadernos, pantallas y bloqueos, aprieto los puños y los dientes tan fuerte que salgo disparado al interior de todo aquello que tengo escondido. No es algo, ni alguien. No es nada, en realidad. Es un refugio, un lugar. Que ni siquiera compartimos. Es solo mío. Tiene el cielo coloreado de azufre, un puente de madera que parece adentrase en el mar hasta el infinito, pero que tiene fin en una isla poblada de verde. La pasarela cruje, movida por la corriente, mecida por el viento, que también tiene un hueco para entrometerse en los arbustos. El sol se marcha otro día más, aunque todavía destella débilmente, lo suficiente para que caliente. La brisa se lleva tu pelo, que se desprende hacia el aire libre como si una brújula negra lo estuviera, desde otro mundo, llamando. Buscando un camino hacia el agua que te devuelva. La mano te da una niña, que juega correteando entre tus piernas. Yo me pierdo en esa puerta blanca que aparece de repente, de la nada, mientras veo cómo me miras. Sin moverte del sitio, sin parpadear. Con un leve giro de cabeza hacia la izquierda, con los labios arrugados y una súplica en los ojos vidriosos, como si quieras decirme algo. Pero no abres la boca, ni emites sonido alguno. Me pierdo dentro de esa puerta y llego a mi pequeño espacio de mente. Un refugio dentro de mi propio refugio, donde solitario enciendo un pequeño fuego. Allí me confino para escapar del mundanal ruido, donde estás y no estás tú. Al volver, ni te has movido. Como si te resistieses a cruzar ese puente por si se fuera a romper para siempre con tus pasos. Al partir, sigues posando tus ojos eternamente en mis idas y venidas. Durante aquellos pocos segundos que me permito de evasión al día. 

Gregorio S. Díaz "Un refugio"











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