Ahora que, aunque la vida siga sin tener ningún tipo de sentido, parece que la he entendido. Porque conozco los entresijos y las falsedades que se mueven entre las bambalinas de este teatro, porque me he movido como pez en el agua por los subterráneos del mundo. Lo único que importa en este podrido planeta es el dinero, la fachada, la apariencia. Trabaja el de siempre, vive el que duerme abrazado a una herencia. El amor no existe, ni tiene cabida, solo la fantasía lo delinea y la adolescencia lo idealiza. Más allá de los treinta es humo y pólvora mojada, no hay chispa que lo avive o mate, se deshace y se va con el mismísimo aire. Porque cuando llevas tres décadas de vacíos, tinieblas, ciclos eternos, horas que se marchan, días que pasan, años que, cuando los ojos cierras, vuelan, no queda más que tu propio rastro en el sendero que te va llevando al cementerio. No queda nada. Porque ya vendí el alma, por una tranquila y apacible vida: no existir de lunes a viernes, salir un rato los sábados, acariciar al gato los domingos. Sin visos de la clandestinidad revolucionaria de la que antaño presumía. Porque ya entregué mi corazón, y no tengo ni una sola palabra de quien lo guarda con llave en una caja. La mantendrá para siempre, si es que decide a buen recaudo guardarla. Porque ya subasté mi cuerpo, que compró la piel que no tiene fuego para hacerla arder, quemarla. Bajo capas de hielo y escarcha subyace, sin sentir, fría y atenuada. Porque ya se esfumaron todos los sueños que una vez proyectaron mis dedos, mi boca, mis ganas. La vida no tiene ningún tipo de sentido, no era como había imaginado, no es como yo esperaba.
Ya vendí mi alma "Gregorio S. Díaz"