Puede que de rodillas no lo confiese, pero yo sé lo que piensa, lo que dicen los murmullos que recorren, intranquilos, su cabeza. Este a qué juega, no hay ya quien lo entienda. Porque he trocado las antaño letras de mierda en maduras perlas. En baladas lentas, ya no tan rudas, más poéticas. Ya no escribo a tientas. He ganado contundencia, malicia, algo más que simple cadencia: experiencia. Ya he sentido lo que ha sentido todo el mundo durante siglos. Empiezo a enfriar mi sangre, que espero servirte congelada una noche futura de verano. Ahora moldeo palabras aleatorias, expuestas en páginas amarillentas, que han formado otro mundo en el desván que tengo por biblioteca. No pretenden hacer llorar, no esperan tu supervisión, ni siquiera la rabia de un escueto mensaje repleto de impotencia. No encierro entre líneas más que rebeldía, desasosiego, disidencia. Las muevo como un autómata, del principio al final. Van más allá de los relatos que, por inercia, no se agotan. Que latentes, duermen. Que, lacerantes, me envenenan. Y quizá sea eso lo que, por más que estos pasen, no entiende: yo soy el dueño de esa historia y volveré a reescribirla a mi antojo, cuando quiera.
Gregorio S. Díaz "Experiencia"