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16 de octubre de 2025

Otoño borracho

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Un mundo alterado es el que hemos heredado, o quién sabe, quizá ayudado a construir. Tiene los días contados, como atestigua la premura con la que corre, el espejo del pasado en el que se mira, la violencia con la que frena lo que suena a nuevo. Por más que he buscado, no he hallado la única solución a este vertedero al que irremediablemente avanzamos. Esa canción que logre detener el tiempo, parar esta tarde de otoño, fresca, anaranjada, llena de lejanas tormentas. Que hable en versos del desvío del próximo camino, y no entierre, sucios, los labios en obscenos negros besos. Ahora toda melodía es irreal, infundada, creada del todo y la nada uniforme en la que hemos convertido la heterogeneidad humana. Cualquier ritmo no es más que ruido reaccionario, casi enfermizo, que aboga por la muerte de la inteligencia, por la vida encadenada a horas de viaje automático. Tengo que zafarme de mis palabras y encontrar un remanso de paz en la voz angelical de quien canta al otoño borracho, pero que yo no entiendo. De sus letras sale una magia que permite hacer eterno mi momento: otro tiempo, otra tierra, puede que otro universo. Una femme fatale de chaqueta larga con botones dorados, una boina y un gesto serio, con los brazos entrecruzados. Un bosque eterno, una llanura de hierba verde. Un frío que arrecia en octubre. Un libro que leer a escondidas, durante sus escapadas nocturnas. Yo solo puedo esforzarme en aprender su idioma, para que cuando me susurre al oído pueda tener el valor de contar su historia.


Gregorio S. Díaz "Otoño borracho"




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