Había una gran tensión en aquella pequeña habitación de
hospital, iluminada por la tenue luz que dejaba el sol en su particular adiós
de aquel día. La gran ventana dejaba ver a los coches, allí abajo, circular,
sin tomar conciencia de la importancia de aquellos instantes.
En la cama estaba él, era un hombre mayor, ya pasaba de los
sesenta, se veía en su aspecto: tenía un rostro arrugado y el pelo que le
quedaba era blanco. Además, la enfermedad lo tenía más demacrado y parecía aún
más entrado en años. Estaba conectado a un suero, en su mano izquierda, y en su
derecha, un cable salía directo hacia una máquina, que lo mantenía estable y
ayudaba a una mejor intervención para los enfermeros en caso de urgencia.
Apenas si aquel hombre podía respirar, más aún le costaba
respirar todo un mundo. A su lado, cogiendo una de sus manos, estaba una joven,
veinteañera, con una larga melena, cuidando de él.
-
¿Dónde está tu hermana? – Le preguntó, no sin
dificultades.
-
Tranquilo papá. Está al llegar. Antes de tu cena
ella estará aquí. Descansa un poco y no
hagas más esfuerzos. – Le sonrió y le besó la mano.
-
Hasta que no venga, no me podré morir tranquilo…
-
Anda ya, no digas esas cosas, volveremos pronto
a casa, como siempre. No vuelvas a pensar así.
La joven dejó allí a su padre, se
levantó y perdió sus ojos, mirando por la ventana. Veía el sol
desaparecer en aquel lejano horizonte, apagándose, como lo hacía la vida de su
padre. El corazón era un órgano débil ya de por sí, y su padre había sufrido de
lo lindo. Parecía llegar su hora.
Pero trabajaban a contrarreloj.
Su padre no quería morir de aquella manera, dejando cavos sin atar en esta
vida. Fue en su juventud cuando perdió algo importantísimo para él, y fue en su
actual estado, cuando se lo confesó a sus tres hijas.
Tan joven y podía quedar
huérfana. Pensaba eso. Pero quería…disfrutar del tiempo que le quedaba, de ese
tiempo, de una buena despedida, la que no tuvo con su madre un par de años
atrás. Dos lágrimas se posaron sobre sus mejillas, ¿Acaso eran un error? Si su
padre…hubiera hecho esto…antes, mucho antes, quizá ni ella, ni sus dos hermanas
estarían ahí, luchando por su padre. La vida.
-
Ya estoy aquí – Dijo una chica un poco más mayor
que la anterior, morena y con el pelo corto.
-
Ah, por fin – le dijo su hermana - ¿Lo has
encontrado?
-
Sí. Llevo toda la tarde buscándolo, el despacho
de papá tiene tantos libros…
Al decir esto sacó de su bolso un
pequeño libro, de tapas negras, de una gran amplitud y se lo entregó a su
pequeña hermana. Nada había escrito sobre la portada.
Al verlo, aquel hombre postrado
en la cama, lanzó sus dos brazos hacia él, como si de un zombi se tratara.
Balbuceaba algo.
-
Dejadme leer un poco, por favor.
Su hija mayor se lo entregó,
avisándole de que tuviera cuidado.
-
No creo que sea bueno para ti y para tu corazón,
papá.
-
Bobadas, déjame leer.
Abrió aquel libro y se impregnó del olor de las páginas
amarillentas que había transformado el tiempo y por el aroma que aún seguía en
esas letras, que le traían el recuerdo de ella.
Fue a la última hoja, echando un rápido vistazo a las demás,
y vio la última frase que el mismo escribió, hacía ya mucho tiempo.
-
Una buena frase, para acabar. Claro que sí.
Tengo que buscar otra, para antes de morir. Quiero acabar como este libro. Pero
no quiero acabarlo sin ella.
-
Papá, nuestra hermana estará a punto de llegar.
Confía en ella.
-
Gracias, por todo. Gracias chicas mías. Gracias
a vosotras, la vida ha sido increíble.
-
No hables así, te lo tengo dicho – le avisó una
de sus hijas.
La luna, finalmente se posó sobre
aquella noche despejada y una pequeña brisa se colaba por la abertura de la
ventana de aquel quinto piso del hospital. La tercera hermana, la más mayor de
todas, llevaba en su mano el móvil mientras subía las escaleras para llegar a
aquella habitación donde la esperaban.
-
El potito para el bebé esta en la nevera, ¡ah! Y
que el grandullón no se acueste tarde que mañana tiene excursión. Voy a ver qué pasa, espero que no se lo tome a
mal. Todavía le quedan cosas por vivir…un beso, cariño.
Cuando entró en la habitación
224, encontró a sus dos hermanas de pie, con los ojos puestos en su padre. Él
estaba ahí tumbado, con un libro en la mano. Rápidamente, las miradas de todos
se posaron sobre el rostro de la recién llegada.
-
¿La has encontrado? – Preguntó una de sus
hermanas.
-
Sí.
Al oír aquello, su padre pareció
ponerse nervioso e intentaba hablar en vano, las palabras se le trababan en la lengua. Agitaba los brazos.
-
¿Cuál es el pero? Dijo la más joven de las
hermanas.
-
No quiso venir…
Ante esas palabras a aquel hombre
enfermo agachó la cabeza, y la máquina a la que estaba conectado subía los
latidos de su corazón, desvelando el miedo que sentía al morir sin haber
conseguido algo.
Entre sus tres hijas calmaron a
su padre, no era bueno que su corazón latiera a tantas pulsaciones por segundo,
así que cuando se calmó intentaron hablar con él, convenciéndole, asegurándole,
que saldría de aquel hospital. Pero el mismo sabía que no, que moriría ahí, en
aquella sala de hospital, en aquella cama, antes sus hijas o solo, y sin haber
podido realizar algo que buscó a lo largo de su vida: cambiar el pasado.
-
Si no supiera que voy a morir, no haría esto. Por favor, sentaos
aquí, conmigo, a mi lado – les dijo a sus hijas y le tendió el libro a su hija
mayor – leedme. Quiero dormirme hoy así. Espero que sepáis usar esas frases,
todo eso, por todo lo que me costó escribirlo.
No hubo tiempo a realizar ese
deseo del enfermo. En el umbral de la puerta estaba ella. Sola. Vistiendo,
seguro, uno de sus mejores vestidos de colores. Se había maquillado como hacía
años que no lo hacía. Miró a aquel hombre que se había quedado paralizado. Y
ella le sonrió, acercándose poco a poco, mientras las chicas se apartaban.
Parecía que en aquella sala solo estaban ellos dos.
-
¡Pero qué cabezón eres! Siempre te has salido
con la tuya, ahora no iba a ser menos.
Al hombre no le salían las
palabras. De nuevo balbuceaba. El libro se le cayó al suelo, abriéndose por la
última página. Y entonces, cuando ella se sentó en la cama, ante la atónita
mirada de él, le tomó la mano, su corazón no aguantó más.
-
¡Rápido, llama a una enfermera! Le dijo la
hermana mayor a la más pequeña.
-
¡Papá! ¡Tranquilo!
Pero él no escuchaba los gritos de sus hijas, no. Él estaba
saboreando los instantes más preciosos del silencio. La miraba a ella.
Recordando en un segundo, tantas cosas, tantos momentos, tantos recuerdos…
¿Cómo habían podido llegar hasta allí? Ahora sí era verdad, él lo sabia perfectamente,
aquel si era el final de todo, el final de verdad. Ya no habría más tiempo. Su
corazón latía a mil por hora, pero quería saborear ese momento, único. Pero su
cuerpo falló y unas convulsiones se apoderaron de él.
-
¡No! ¡No te vayas! ¡Otra vez, no! No me dejes… -
decía la invitada, intentando calmar el dolor de aquel hombre olvidado en su
memoria.
-
El…el libro…es…tuyo… - Dijo sonriéndole.
En ese momento varios enfermeros
entraron en la sala.
-
Despejen la habitación, por favor. – Dijeron
rápidamente.
Las hijas del paciente lo
hicieron mientras lloraban y se echaban las manos a la cabeza. Pero el hombre
sujetaba a aquella mujer con gran fuerza de la mano, había tardado tanto en
volver a verla, que no quería separarse de ella, pero lo tenía que hacer.
-
Estoy seguro de que…que habrá….que el amor…nos
dará una segunda oportunidad. En una…una nueva vida…
Los médicos apartaron a la mujer
mientras veía en el rostro de aquel a quien amó, dos lágrimas derramarse sus
mejillas. Besó su mano y la puso sobre los labios del enfermo que parecía haber
entrado en shock.
Recogió aquel libro de tapas
negras y salió de la sala, mientras el hombre luchaba por su vida. Ella
temblaba, mucho. Después de tanto tiempo…no había querido aceptar la solicitud
de la hija de aquel hombre por miedo, por… la tuvo que aceptar, no merecía la
pena vivir con esa tortura, ya había tenido suficiente durante esos años. No.
El libro se le cayó al suelo y volvió a abrirse por la última página, allí
relucían unas palabras del puño y letra de aquel que poco a poco, en esos
instantes estaba muriendo, y que lo hizo instantes después:
“El amor, nos debe una segunda
oportunidad, en otra vida, en otro lugar, otro tiempo. Donde tú y yo, por fin,
seamos felices. Allí te espero por siempre.”