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9 de diciembre de 2012

Más allá del amor...

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Había una gran tensión en aquella pequeña habitación de hospital, iluminada por la tenue luz que dejaba el sol en su particular adiós de aquel día. La gran ventana dejaba ver a los coches, allí abajo, circular, sin tomar conciencia de la importancia de aquellos instantes.

En la cama estaba él, era un hombre mayor, ya pasaba de los sesenta, se veía en su aspecto: tenía un rostro arrugado y el pelo que le quedaba era blanco. Además, la enfermedad lo tenía más demacrado y parecía aún más entrado en años. Estaba conectado a un suero, en su mano izquierda, y en su derecha, un cable salía directo hacia una máquina, que lo mantenía estable y ayudaba a una mejor intervención para los enfermeros en caso de urgencia.

Apenas si aquel hombre podía respirar, más aún le costaba respirar todo un mundo. A su lado, cogiendo una de sus manos, estaba una joven, veinteañera, con una larga melena, cuidando de él.

-          ¿Dónde está tu hermana? – Le preguntó, no sin dificultades.

-          Tranquilo papá. Está al llegar. Antes de tu cena ella estará aquí. Descansa un poco  y no hagas más esfuerzos. – Le sonrió y le besó la mano. 

-          Hasta que no venga, no me podré morir tranquilo…

-          Anda ya, no digas esas cosas, volveremos pronto a casa, como siempre. No vuelvas a pensar así.

La joven dejó allí a su padre, se levantó  y perdió sus ojos,  mirando por la ventana. Veía el sol desaparecer en aquel lejano horizonte, apagándose, como lo hacía la vida de su padre. El corazón era un órgano débil ya de por sí, y su padre había sufrido de lo lindo. Parecía llegar su hora.

Pero trabajaban a contrarreloj. Su padre no quería morir de aquella manera, dejando cavos sin atar en esta vida. Fue en su juventud cuando perdió algo importantísimo para él, y fue en su actual estado, cuando se lo confesó a sus tres hijas.

Tan joven y podía quedar huérfana. Pensaba eso. Pero quería…disfrutar del tiempo que le quedaba, de ese tiempo, de una buena despedida, la que no tuvo con su madre un par de años atrás. Dos lágrimas se posaron sobre sus mejillas, ¿Acaso eran un error? Si su padre…hubiera hecho esto…antes, mucho antes, quizá ni ella, ni sus dos hermanas estarían ahí, luchando por su padre. La vida.

-          Ya estoy aquí – Dijo una chica un poco más mayor que la anterior, morena y con el pelo corto.

-          Ah, por fin – le dijo su hermana - ¿Lo has encontrado?


-          Sí. Llevo toda la tarde buscándolo, el despacho de papá tiene tantos libros…

Al decir esto sacó de su bolso un pequeño libro, de tapas negras, de una gran amplitud y se lo entregó a su pequeña hermana. Nada había escrito sobre la portada.

Al verlo, aquel hombre postrado en la cama, lanzó sus dos brazos hacia él, como si de un zombi se tratara. Balbuceaba algo.

-          Dejadme leer un poco, por favor.

Su hija mayor se lo entregó, avisándole de que tuviera cuidado.

-          No creo que sea bueno para ti y para tu corazón, papá.

-          Bobadas, déjame leer.

Abrió aquel libro y se impregnó del olor de las páginas amarillentas que había transformado el tiempo y por el aroma que aún seguía en esas letras, que le traían el recuerdo de ella.

Fue a la última hoja, echando un rápido vistazo a las demás, y vio la última frase que el mismo escribió, hacía ya mucho tiempo.

-          Una buena frase, para acabar. Claro que sí. Tengo que buscar otra, para antes de morir. Quiero acabar como este libro. Pero no quiero acabarlo sin ella.

-          Papá, nuestra hermana estará a punto de llegar. Confía en ella.

-          Gracias, por todo. Gracias chicas mías. Gracias a vosotras, la vida ha sido increíble.

-          No hables así, te lo tengo dicho – le avisó una de sus hijas.

La luna, finalmente se posó sobre aquella noche despejada y una pequeña brisa se colaba por la abertura de la ventana de aquel quinto piso del hospital. La tercera hermana, la más mayor de todas, llevaba en su mano el móvil mientras subía las escaleras para llegar a aquella habitación donde la esperaban.

-          El potito para el bebé esta en la nevera, ¡ah! Y que el grandullón no se acueste tarde que mañana tiene excursión. Voy  a ver qué pasa, espero que no se lo tome a mal. Todavía le quedan cosas por vivir…un beso, cariño. 

Cuando entró en la habitación 224, encontró a sus dos hermanas de pie, con los ojos puestos en su padre. Él estaba ahí tumbado, con un libro en la mano. Rápidamente, las miradas de todos se posaron sobre el rostro de la recién llegada.

-          ¿La has encontrado? – Preguntó una de sus hermanas.

-          Sí.

Al oír aquello, su padre pareció ponerse nervioso e intentaba hablar en vano, las palabras se  le trababan en la lengua. Agitaba los brazos.

-          ¿Cuál es el pero? Dijo la más joven de las hermanas.

-          No quiso venir…

Ante esas palabras a aquel hombre enfermo agachó la cabeza, y la máquina a la que estaba conectado subía los latidos de su corazón, desvelando el miedo que sentía al morir sin haber conseguido algo.
Entre sus tres hijas calmaron a su padre, no era bueno que su corazón latiera a tantas pulsaciones por segundo, así que cuando se calmó intentaron hablar con él, convenciéndole, asegurándole, que saldría de aquel hospital. Pero el mismo sabía que no, que moriría ahí, en aquella sala de hospital, en aquella cama, antes sus hijas o solo, y sin haber podido realizar algo que buscó a lo largo de su vida: cambiar el pasado.

-          Si no supiera que voy  a morir, no haría esto. Por favor, sentaos aquí, conmigo, a mi lado – les dijo a sus hijas y le tendió el libro a su hija mayor – leedme. Quiero dormirme hoy así. Espero que sepáis usar esas frases, todo eso, por todo lo que me costó escribirlo.

No hubo tiempo a realizar ese deseo del enfermo. En el umbral de la puerta estaba ella. Sola. Vistiendo, seguro, uno de sus mejores vestidos de colores. Se había maquillado como hacía años que no lo hacía. Miró a aquel hombre que se había quedado paralizado. Y ella le sonrió, acercándose poco a poco, mientras las chicas se apartaban. Parecía que en aquella sala solo estaban ellos dos.

-          ¡Pero qué cabezón eres! Siempre te has salido con la tuya, ahora no iba a ser menos.
Al hombre no le salían las palabras. De nuevo balbuceaba. El libro se le cayó al suelo, abriéndose por la última página. Y entonces, cuando ella se sentó en la cama, ante la atónita mirada de él, le tomó la mano, su corazón no aguantó más.

-          ¡Rápido, llama a una enfermera! Le dijo la hermana mayor a la más pequeña.

-          ¡Papá! ¡Tranquilo!

Pero él no escuchaba los gritos de sus hijas, no. Él estaba saboreando los instantes más preciosos del silencio. La miraba a ella. Recordando en un segundo, tantas cosas, tantos momentos, tantos recuerdos… ¿Cómo habían podido llegar hasta allí? Ahora sí era verdad, él lo sabia perfectamente, aquel si era el final de todo, el final de verdad. Ya no habría más tiempo. Su corazón latía a mil por hora, pero quería saborear ese momento, único. Pero su cuerpo falló y unas convulsiones se apoderaron de él.

-          ¡No! ¡No te vayas! ¡Otra vez, no! No me dejes… - decía la invitada, intentando calmar el dolor de aquel hombre olvidado en su memoria.

-          El…el libro…es…tuyo…  - Dijo sonriéndole.

En ese momento varios enfermeros entraron en la sala.

-          Despejen la habitación, por favor. – Dijeron rápidamente.

Las hijas del paciente lo hicieron mientras lloraban y se echaban las manos a la cabeza. Pero el hombre sujetaba a aquella mujer con gran fuerza de la mano, había tardado tanto en volver a verla, que no quería separarse de ella, pero lo tenía que hacer.

-          Estoy seguro de que…que habrá….que el amor…nos dará una segunda oportunidad. En una…una nueva vida…

Los médicos apartaron a la mujer mientras veía en el rostro de aquel a quien amó, dos lágrimas derramarse sus mejillas. Besó su mano y la puso sobre los labios del enfermo que parecía haber entrado en shock.
Recogió aquel libro de tapas negras y salió de la sala, mientras el hombre luchaba por su vida. Ella temblaba, mucho. Después de tanto tiempo…no había querido aceptar la solicitud de la hija de aquel hombre por miedo, por… la tuvo que aceptar, no merecía la pena vivir con esa tortura, ya había tenido suficiente durante esos años. No. El libro se le cayó al suelo y volvió a abrirse por la última página, allí relucían unas palabras del puño y letra de aquel que poco a poco, en esos instantes estaba muriendo, y que lo hizo instantes después:

“El amor, nos debe una segunda oportunidad, en otra vida, en otro lugar, otro tiempo. Donde tú y yo, por fin, seamos felices. Allí te espero por siempre.”

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