Él andaba de aquí para allá. Con el teléfono móvil pegado a
su oreja derecha. Impaciente. El ruido de los coches le molestaba en su llamada
que no encontraba receptor. Iba a desistir pronto y, mientras daba comienzo a
la enésima llamada, caminaba hacia la parada del autobús urbano.
Ella caminaba hacia abajo, con la pesada mochila a sus
espaldas, resguardándose las manos del frío en los bolsillos de su chaqueta,
pensado en lo mucho que tendría que estudiar si quería aprobar aquel importante
examen.
Él se quedó mirado sus grandes ojos miel y ella no pudo
evitar mover su cabeza y mantener, tan solo por un segundo, aquella intensa
miradas que le hizo sentir vulnerable ante él.
Para los dos el tiempo se paralizó en aquel momento que
apenas duró un instante. Luego el frío viento invernal, los coches y la ciudad
los devolvieron a su realidad: él continuaba hacia la parada de la que le
distaban unos escasos metros y ella continuaba con su camino.
Él ladeó la cabeza para ver el perfecto y armonioso mover de
piernas de aquella chica y se preguntó si aquel momento que había vivido volvería
a repetirlo alguna vez y si volvería a ver a aquella chica. ¿Era mejor
arriesgarse? ¿O permanecer en la ignorancia guardando aquella mirada mágica?
Entonces corrió hacia ella, que caminaba dejando atrás todo
aquello, preguntándose si lo conocía o si, tal vez, lo llegaría a conocer algún
día.
—
Perdona—Dijo él jadeante cuando
llegó a su altura, rozando con la yema de sus dedos la espalda de la joven.
La chica se volvió, dejando que su pelo largo hiciera el
movimiento circular, llegándole a la cara para luego ponerse de nuevo en su
sitio. Esbozó una ligera sonrisa y dibujó en su cara un gesto de incertidumbre.
—
¿Me puedes decir tu nombre? —Insistía él.
Ella dudó unos instantes.
—
¿Nos conocemos? Quiero decir, ¿Me conoces? ¿Por
qué quieres saberlo?
—
No me puedo montar a ese autobús sin ponerle
nombre a tu cara. No quisiera morir con esa duda.
Ella rio y miró a su alrededor, a izquierda y a derecha, a
la vez que apartaba su pelo pasando sus dedos por la oreja.
—
Bueno, si es cuestión de vida o muerte…
—
Espera. No. No me lo digas. Tomemos un café
primero.
—
¿Por qué? — Parecía desconcertada pero
se reía.
—
Así tengo una buena excusa para no dejarte ir,
no al menos hasta conocer el secreto que guardas, el de tu nombre.
—
Puede que seas como todos, aunque no cuestiono
tu originalidad. Me da la impresión de que quedan pocos tipos como tú.
—
Eso no lo dudes. —Le guiñó un ojo
—
En serio, me encantaría tomar ese café, tal vez
otro día. He…he quedado con mi novio y tengo un poco de prisa…
—
Entonces no te vayas sin decirme tu nombre.
Tampoco sin apuntarme tu número de teléfono.
—
De verdad, te admiro—rio— ¿Te puedo
preguntar por qué insistes?
—
Veo tu sonrisa y sé que es provocada por estas
mis palabras. No sé por qué, pero me da que hace tiempo que no sonreías así, de
esta manera. ¿Ves? Por lo tanto, no importa la espera, sé que tendré una
oportunidad.
—
¿No crees que estás demasiado seguro? — Le dijo, bromeando.
—
Soy joven. Eres joven. Tendrás toda una vida
para comprobarlo.
—
Creo que estás un poco loco.
—
Si no lo estuviera no estaría aquí, no hubiera
hecho esto, así que incluso tendrás que dar gracias a mi locura.
—
¿Y cuál es tu nombre?
—
Primero tu teléfono. Es un trato justo. Cuando
me concedas un poquito de tu tiempo podrás conocer más sobre mí.
—
Está bien. Veo que eres un poco cabezota. Yo
tampoco te lo pondré fácil.
—
¿Y qué piensas hacer?
Ella sacó un bolígrafo del estuche que se encontraba en su
mochila. Se acercó al chico y le escribió sus iniciales y su teléfono en la
frente. Terminó y se esfumó corriendo.
Él se quedó con una mano en el aire y un grito ahogado en
silencio, suplicando que se quedara unos minutos más, que aquel olor tan característico
que ahora lo envolvía pronto se iría por completo y quería tener más tiempo
para grabarlo en su memoria.
G. S. Díaz "Miradas cruzadas en la acera"