Pasan los días como si nada y, cuando quieres acordar, miras
atrás y descubres que has perdido media vida. Que ya han pasado los años que
son para disfrutar y sientes que no lo has hecho, que, si lo vivieras otra vez,
lo vivirías de la misma forma pero mejor. Ahora el tiempo corre más deprisa, el
tiempo libre está ausente, las responsabilidades van creciendo y los
pensamientos van cambiando. Tanto, que vas perdiendo el alma de niño que había
en ti. Esa alma que te permitía ver un juego distinto en cada rincón de tu
casa. Con cada objeto por bizarro que fuera. Pero es el precio de vivir. Es el tributo
que hay que dar. Desde que nacemos estamos predestinados a morir. Sin saber
que…que en la hora que llegue ella no importa, que lo que de verdad importa es
el camino, lo que debe primar es disfrutar creciendo, hacer las cosas que miles
de personas se quedaron sin hacer, realizar las que hicieron otros de otra
manera. ¿Es esa la esencia de la vida? No lo sé. Cada uno ve las cosas con sus
propios ojos. Mejores o peores, pero iguales. La diferencia es que uno lo
piensa, mientras otro lo escribe. Uno rompe lo escrito mientras otro guarda su
reflexión en un cajón o en mitad del libro que está leyendo. Y esos son los que
pasan a la Historia. ¿Son mejores que los que solo lo pensaron? Probablemente
no. Tan solo no tuvieron la posibilidad del primero. Y hubieran podido lograrlo
si el ritmo de la vida no se los hubiera llevado por delante.
G. S. Díaz "Tributo de la vida"