Jeannette
tiene el pelo recogido sobre su cabeza. Sólo se ha maquillado los ojos,
haciendo que resalte su luz. Sus labios son completamente rosas, al igual que
su vestido, que me ha costado un ojo de la cara y que le llega hasta el suelo.
Está guapísima. Más que eso. Pago al taxi y nos quedamos de pie frente al
restaurante. La miro y sonrío, pongo mi mano en su cintura y la empujo para que
caminemos juntos.
—
¿Nerviosa?
—
Un poco. No me esperaba
nada de esto.
Llegamos
al umbral del mejor restaurante que he podido pagar. Todo lo que tenía, me lo
he gastado. Todo. Ella se merece eso y más. El camarero nos espera y nos indica
el camino hasta nuestro reservado. Está más allá del salón principal del
restaurante. Allí, en una habitación contigua, la luz de las velas lo ilumina
todo. Cortinas de colores claros hacen que la habitación parezca el cielo. En
el centro, una mesa de cristal, cubiertos a los lados, champagne y vino.
—
Si son tan amables—El
camarero nos indica que nos sentemos. —En un momento viene el asistente que
exclusivamente les atenderá esta noche.
Asentimos.
Jeannette se lleva las manos a la boca, intentado exclamar algo, pero solo le
sale un suspiro en forma de “guau”. Me mira a los ojos. Aparto mi mirada de la
suya cuando suena la música. Me besa. Veo que se le escapa una lágrima y un te
quiero. Me abraza.
Nos
sentamos y le sirvo una copa de vino, mientras esperamos. Al cabo de unos
minutos, llega un hombre, viste pantalones negros y camisa roja, el uniforme
del establecimiento. Lleva barba de tres días y el pelo alborotado. Luce una
sonrisa espléndida. Se acerca y veo como Jeannette le sonríe. Espero que gire
su cabeza hacia mí, pero no lo hace.
—
Bienvenidos, aquí les
traigo los entrantes. En breve, traeré el primer plato del menú especial.
Espero que disfrutéis de la velada. Recordad, que estoy aquí para lo que gusten
y necesiten. Con solo llamar al timbre de aquí, me tendrán aquí en unos
segundos.
Aunque
hace alusión a los dos, sólo se ha fijado en Jeannette. Sus palabras han ido
dirigidas a ella. No son celos, sino demanda de respeto. Yo también estaba en
aquella habitación. Pienso que estoy alucinando y lo olvido. La he traído aquí
para disfrutar y para que disfrute. Para que lo pasemos bien. Le vuelvo a
sonreír y bebo de mi copa de vino, mientras degustamos el jamón con espárragos.
Nos
entrometemos en conversaciones baladíes. Nada de lecciones de vida. Ni nada de
ir directos al grano y a las cosas que importan. Esta vez le damos un rodeo a
todo. Compartimos experiencias vividas. Sé que me ha dicho su nombre completo,
pero no lo recuerdo, para mí ella es Jeannette, y punto.
La
miro mientras bebe y come y descubro que estoy profundamente enamorado. Cómo
sonríe, la cara que pone cuando prueba algo que no ha probado nunca. Cuando se
pasa con el vino y le quema el esófago. Son como imágenes que quiero grabar en
la retina, el corazón y la mente para siempre.
Acabamos
los entrantes y las dos primeras copas de vino cuando llamamos al camarero para
que nos sirva el primer plato. Rápidamente, aparece con su sonrisa inmaculada,
y los dos platos en la mano. Otra vez, hace caso omiso a mi presencia y se
centra en Jeannette, que le mira embobada.
—
De primero, ensalada de
pollo con aguacates rellenos. Los aguacates están gratinados al horno y déjenme
decirles, que es uno de nuestros platos estrella. Déjeme añadir, señorita, que
luce usted espectacular. Buen provecho. —Le guiña un ojo.
—
Gracias. —Responde
Jeannette guiñándole otro.
No sé
qué cara debo de tener ahora. No sé ni lo que pienso. Pero me he quedado
absorto. Siento que el papel que ocupaba ha pasado a ser el de simple aprendiz
de un oficio. ¡Me creía yo maestro! Intento olvidarlo todo y empezar a comer
esos dichosos aguacates que tanta fama tienen.
—
¿Es simpático, verdad?
—
¿El camarero?
—
Sí.
—
Sólo te ha mirado y
hablado a ti, así que no sé cómo es.
—
Anda ya, no seas tonto.
—
Os habéis guiñado un
ojo.
—
Él lo hizo primero.
—
¿Y?
—
Pues no sé. Tenía que
contestarle.
—
Contestar… ¿A qué?
—
Mira Eloy— ¿Eloy? ¡Sabe
mi nombre! —Déjalo, ¿vale? No vamos a estropear esta estupenda noche.
Jeannette
resopla. Siento que todo lo preparado se ha ido a la mierda. Que todo se ha
tornado gris pese a la abundancia de colores a nuestro alrededor. Ella continúa
comiendo, sin mirarme, sin articular una sola palabra. Yo hago lo mismo. No
quiero llegar a una discusión mayor.
Acaba
y toca al timbre para que se acerque el camarero. No espera, siquiera, a que yo
acabe con mi plato. El camarero vuelve, pero sin el segundo plato. Jeannette se
levanta y lo besa con efusividad. Él le contesta con las mismas ganas.
Me
levanto tirando la mesa de cristal, que se hace añicos. Grito.
—
¿Qué haces?
Jeannette
ni me mira. Ni se inmutan cuando todo se rompe, porque están pegados por sus labios. Me intento
acercar para separarlos. Ella ha venido aquí conmigo. Me he gastado todo lo que
tengo para poder traerla aquí. Y cuando llega el momento esperado, ¿ella coge y
se va con el primer camarero que nos ponen? Me mira y me hace un gesto como
para que no me acerque. Levanta la palma de su mano en dirección a mí. No le
hago caso, pero al intentar acércame, no puedo. Es como si estuviera
paralizado.
Mientras,
Jeannette ya le ha desabrochado los botones de la camisa al camarero y mientras
le besa el pecho me mira, lascivamente. Quiero que pare. La quiero. La quiero
solo para mí.
Pero
ella continúa. Le quita los pantalones. Él le arranca el vestido. Hace la seda
pedazos y yo pienso en la alegría con la que salí de la tienda al comprárselo a
Jeannette. Vaya, parece que ella está degustando el postre. Ni segundo plato ni
nada.
Veo
cómo Jeannette se apoya en la pared y él se acomoda. Al cabo de unos segundos
los dos están jadeando. Yo llorando de rabia y de impotencia. De saber que nada
es verdad, que he gastado mi tiempo, mi dinero y mi última oportunidad en ella.
Intento irme pero no puedo. Intento acercarme, pero tampoco. Intento…
Me
despierto. Es media madrugada. Las estrellas brillan y yo estoy acostado en la
cama del hospital. Estoy sudando. Me sorprendo también, porque cuando me llevo
los dedos a mis ojos, descubro lágrimas. Una fuente. Y eso que solo era una
pesadilla. Intento ahora dormirme pero me es imposible. Tengo esas imágenes
grabadas a fuego y no me las puedo sacar de la cabeza. Intento dormir, pero
solo logro dar cabezadas.
Gregorio S. Díaz "Fragmento Te tengo que llevar"