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27 de agosto de 2014

Fragmento "Cruzando la Línea" Gregorio S. Díaz.

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Jeannette tiene el pelo recogido sobre su cabeza. Sólo se ha maquillado los ojos, haciendo que resalte su luz. Sus labios son completamente rosas, al igual que su vestido, que me ha costado un ojo de la cara y que le llega hasta el suelo. Está guapísima. Más que eso. Pago al taxi y nos quedamos de pie frente al restaurante. La miro y sonrío, pongo mi mano en su cintura y la empujo para que caminemos juntos.
     ¿Nerviosa?
     Un poco. No me esperaba nada de esto.
Llegamos al umbral del mejor restaurante que he podido pagar. Todo lo que tenía, me lo he gastado. Todo. Ella se merece eso y más. El camarero nos espera y nos indica el camino hasta nuestro reservado. Está más allá del salón principal del restaurante. Allí, en una habitación contigua, la luz de las velas lo ilumina todo. Cortinas de colores claros hacen que la habitación parezca el cielo. En el centro, una mesa de cristal, cubiertos a los lados, champagne y vino.
     Si son tan amables—El camarero nos indica que nos sentemos. —En un momento viene el asistente que exclusivamente les atenderá esta noche.
Asentimos. Jeannette se lleva las manos a la boca, intentado exclamar algo, pero solo le sale un suspiro en forma de “guau”. Me mira a los ojos. Aparto mi mirada de la suya cuando suena la música. Me besa. Veo que se le escapa una lágrima y un te quiero. Me abraza.
Nos sentamos y le sirvo una copa de vino, mientras esperamos. Al cabo de unos minutos, llega un hombre, viste pantalones negros y camisa roja, el uniforme del establecimiento. Lleva barba de tres días y el pelo alborotado. Luce una sonrisa espléndida. Se acerca y veo como Jeannette le sonríe. Espero que gire su cabeza hacia mí, pero no lo hace.
     Bienvenidos, aquí les traigo los entrantes. En breve, traeré el primer plato del menú especial. Espero que disfrutéis de la velada. Recordad, que estoy aquí para lo que gusten y necesiten. Con solo llamar al timbre de aquí, me tendrán aquí en unos segundos.
Aunque hace alusión a los dos, sólo se ha fijado en Jeannette. Sus palabras han ido dirigidas a ella. No son celos, sino demanda de respeto. Yo también estaba en aquella habitación. Pienso que estoy alucinando y lo olvido. La he traído aquí para disfrutar y para que disfrute. Para que lo pasemos bien. Le vuelvo a sonreír y bebo de mi copa de vino, mientras degustamos el jamón con espárragos.
Nos entrometemos en conversaciones baladíes. Nada de lecciones de vida. Ni nada de ir directos al grano y a las cosas que importan. Esta vez le damos un rodeo a todo. Compartimos experiencias vividas. Sé que me ha dicho su nombre completo, pero no lo recuerdo, para mí ella es Jeannette, y punto.
La miro mientras bebe y come y descubro que estoy profundamente enamorado. Cómo sonríe, la cara que pone cuando prueba algo que no ha probado nunca. Cuando se pasa con el vino y le quema el esófago. Son como imágenes que quiero grabar en la retina, el corazón y la mente para siempre.
Acabamos los entrantes y las dos primeras copas de vino cuando llamamos al camarero para que nos sirva el primer plato. Rápidamente, aparece con su sonrisa inmaculada, y los dos platos en la mano. Otra vez, hace caso omiso a mi presencia y se centra en Jeannette, que le mira embobada.
     De primero, ensalada de pollo con aguacates rellenos. Los aguacates están gratinados al horno y déjenme decirles, que es uno de nuestros platos estrella. Déjeme añadir, señorita, que luce usted espectacular. Buen provecho. —Le guiña un ojo.
     Gracias. —Responde Jeannette guiñándole otro.
No sé qué cara debo de tener ahora. No sé ni lo que pienso. Pero me he quedado absorto. Siento que el papel que ocupaba ha pasado a ser el de simple aprendiz de un oficio. ¡Me creía yo maestro! Intento olvidarlo todo y empezar a comer esos dichosos aguacates que tanta fama tienen.
     ¿Es simpático, verdad?
     ¿El camarero?
     Sí.
     Sólo te ha mirado y hablado a ti, así que no sé cómo es.
     Anda ya, no seas tonto.
     Os habéis guiñado un ojo.
     Él lo hizo primero.
     ¿Y?
     Pues no sé. Tenía que contestarle.
     Contestar… ¿A qué?
     Mira Eloy— ¿Eloy? ¡Sabe mi nombre! —Déjalo, ¿vale? No vamos a estropear esta estupenda noche.
Jeannette resopla. Siento que todo lo preparado se ha ido a la mierda. Que todo se ha tornado gris pese a la abundancia de colores a nuestro alrededor. Ella continúa comiendo, sin mirarme, sin articular una sola palabra. Yo hago lo mismo. No quiero llegar a una discusión mayor.
Acaba y toca al timbre para que se acerque el camarero. No espera, siquiera, a que yo acabe con mi plato. El camarero vuelve, pero sin el segundo plato. Jeannette se levanta y lo besa con efusividad. Él le contesta con las mismas ganas.
Me levanto tirando la mesa de cristal, que se hace añicos. Grito.
     ¿Qué haces?
Jeannette ni me mira. Ni se inmutan cuando todo se rompe, porque  están pegados por sus labios. Me intento acercar para separarlos. Ella ha venido aquí conmigo. Me he gastado todo lo que tengo para poder traerla aquí. Y cuando llega el momento esperado, ¿ella coge y se va con el primer camarero que nos ponen? Me mira y me hace un gesto como para que no me acerque. Levanta la palma de su mano en dirección a mí. No le hago caso, pero al intentar acércame, no puedo. Es como si estuviera paralizado.
Mientras, Jeannette ya le ha desabrochado los botones de la camisa al camarero y mientras le besa el pecho me mira, lascivamente. Quiero que pare. La quiero. La quiero solo para mí.
Pero ella continúa. Le quita los pantalones. Él le arranca el vestido. Hace la seda pedazos y yo pienso en la alegría con la que salí de la tienda al comprárselo a Jeannette. Vaya, parece que ella está degustando el postre. Ni segundo plato ni nada.
Veo cómo Jeannette se apoya en la pared y él se acomoda. Al cabo de unos segundos los dos están jadeando. Yo llorando de rabia y de impotencia. De saber que nada es verdad, que he gastado mi tiempo, mi dinero y mi última oportunidad en ella. Intento irme pero no puedo. Intento acercarme, pero tampoco. Intento…

Me despierto. Es media madrugada. Las estrellas brillan y yo estoy acostado en la cama del hospital. Estoy sudando. Me sorprendo también, porque cuando me llevo los dedos a mis ojos, descubro lágrimas. Una fuente. Y eso que solo era una pesadilla. Intento ahora dormirme pero me es imposible. Tengo esas imágenes grabadas a fuego y no me las puedo sacar de la cabeza. Intento dormir, pero solo logro dar cabezadas.

Gregorio S. Díaz "Fragmento Te tengo que llevar"

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