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22 de septiembre de 2014

Aguijón de avispa

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Cómo no me di cuenta. Por qué no indagué en mis sueños y saqué conclusiones. De haber sido así, mi corazón no tendría que ir buscando soluciones para su rotura. Si antes de que llegaras a mi cama y compartieras mi almohada, ya soñaba yo con tu llegada. Triunfal, eso sí. Con alfombra roja y flashes de cámaras, cuyas fotos iban a parar al fuego de mis entrañas. Lo imaginé perfecto, a pesar de pensar que nunca llegaría a ser realidad. Surgió. Y fue perfecto, al menos durante las primeras horas, y  sobre los diez grados con las manos heladas en un portal de barrotes negros, que ya no recuerdo si era el setenta y dos o el setenta y pico. Sí que es cierto, me atormentaban avispas cuando dormía. Me perseguían y me volvían a picar. Y sí, fuiste tú quien me clavó el aguijón. Traspasó la ropa, la piel e incluso mi razón. El dolor corrió como veneno por toda mi sangre, las lágrimas brotaron sin esperar a verte lejos, ni un instante. Las palabras apuntalaron un alma que se caía en pedazos. La esperanza ser marchaba por la puerta de atrás. Y entonces, volví a soñar. Y las avispas aparecieron de nuevo. Ya no para perseguirme, ya no para picarme. Esta vez era yo quien, con suerte y maña, las mataba. Ya no hay aguijones ni zumbidos. Toca estrujarse la herida y mezclar agua y arena. Barro, para mis heridas. Vinagre para el corazón y prepararse para nuevos dolores de barriga. Mariposas en vez de avispas. No estaría mal. 

Gregorio S. Díaz "Aguijón de avispa"


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