Cómo no me di cuenta. Por qué no
indagué en mis sueños y saqué conclusiones. De haber sido así, mi corazón no
tendría que ir buscando soluciones para su rotura. Si antes de que llegaras a
mi cama y compartieras mi almohada, ya soñaba yo con tu llegada. Triunfal, eso
sí. Con alfombra roja y flashes de cámaras, cuyas fotos iban a parar al fuego
de mis entrañas. Lo imaginé perfecto, a pesar de pensar que nunca llegaría a
ser realidad. Surgió. Y fue perfecto, al menos durante las primeras horas, y sobre los diez grados con las manos heladas en
un portal de barrotes negros, que ya no recuerdo si era el setenta y dos o el
setenta y pico. Sí que es cierto, me atormentaban avispas cuando dormía. Me
perseguían y me volvían a picar. Y sí, fuiste tú quien me clavó el aguijón.
Traspasó la ropa, la piel e incluso mi razón. El dolor corrió como veneno por
toda mi sangre, las lágrimas brotaron sin esperar a verte lejos, ni un
instante. Las palabras apuntalaron un alma que se caía en pedazos. La esperanza
ser marchaba por la puerta de atrás. Y entonces, volví a soñar. Y las avispas
aparecieron de nuevo. Ya no para perseguirme, ya no para picarme. Esta vez era
yo quien, con suerte y maña, las mataba. Ya no hay aguijones ni zumbidos. Toca
estrujarse la herida y mezclar agua y arena. Barro, para mis heridas. Vinagre
para el corazón y prepararse para nuevos dolores de barriga. Mariposas en vez
de avispas. No estaría mal.
Gregorio S. Díaz "Aguijón de avispa"