Arena, agua y sal. Dame más. Que
ahora las mezclo con saliva y lágrimas secas ya derramadas, que paralizan
momentos, gota a gota, palabra a palabra. Un poquito de tinta azul, negra y
roja de bolígrafos que ya pasaron a la historia. Algo de intensidad, rabia, de
mi puño y mi alma. Voces que siguen ululando en el eco de un tiempo
transversal. Besos que se unen, se confunden y se vuelven en el recuerdo como
algo universal. Como si todos se convirtieran en uno, como si todas se
convirtieran en un fundido. En uno. Que es fácil dejar partir, porque el rencor
ya ha dejado de doler, de hacer sufrir. Todo ahí dentro. Bien removido. Un poco
más de esperanza, aunque se haya perdido. Tristeza para que se vaya con el
olvido. No le puedo echar minutos, porque me faltan, pero sí que me sobra
nostalgia. De todo. De mí, primero, de ti después. No, tú no, qué te crees. No
eres la diva de mis sueños ni de mí querer. Tú, que sabes quién es. Mezclando
todo eso en el jarrón del salón, entre vino, velas, un vestido y una camisa ya
sin color. Perfume para el fuego. Mi mano para la cocción. Y con lo que salga
de ahí construir un muro, una fortaleza o un fortín. Para que si vuelves, con
tu ejército, te quedes ahí. Entre mercenarios que se vuelven contra ti. Para que
si vuelve, con sus emisarios de paz, remuevan de corazones lo malo guardado
tiempo atrás. Para que, antes de que la de verdad quiera entrar, se le
reconozca a lo lejos, y rendirme despacio y sin ninguno de estos complejos. De momento no hay vigilancia en la torre más alta, no creo que de este bosque salga, para mí, algo bueno.
Gregorio S. Díaz "Elementos"