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17 de octubre de 2014

Las apariencias enamoran.

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Las apariencias también enamoran. De hecho, uno se enamora de las apariencias. De esas cosas que se dicen, con buenos argumentos y como buenos reflexiones, cuando en la tercera o cuarta cita compartes una cerveza y unas aceitunas. De lo que haces cuando la noche parece que no va acabar y el calor de dos manos que se tocan tampoco. Uno se enamora de lo que trasladamos al exterior. De lo que somos en la calle. En el trabajo. En clase. En el autobús. Aunque bueno, hay veces que nos enamoramos más de su cama que de su cara. En cambio, cuando nos adentramos en la intimidad, todo cae por su propio peso. Todo desenamora. Se desmorona. Desenamora que esas cosas que decías en las viejas citas ya ni las pienses, o que lo tomes más que a broma. Desenamora caminar juntos pero separados. Desenamora lo que proyectamos en el interior hacia esos pocos que han elegido ver ese interior. Nos desenamoramos cuando nos conocemos. Uno se desenamora al saber cómo eres. Al abrir los ojos y ver los diferentes rostros de una misma persona. Dos. Como ese demonio de las dos cabezas. Nos desenamoramos con cada uno de los desaires en casa y por cada sonrisa falsa. Uno solo se enamora de las apariencias.  

Gregorio S. Díaz "Las apariencias enamoran"

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