Si te viera cerca, volvería a tirarte la piedra bien lejos, para que fueras
a recogerla. Por mucho que te llame y te demande. Que no quiero las sobras de
un amor que fue y que se desparramó en otras manos. Ni noches de desenfreno,
sin ese pudor que se nos marchó. Aunque reconozco que esto último lo prefiero.
No te echo de menos, ni me echas de menos. Me echo de menos: joven, alegre y
risueño. Sin graves problemas, loco y auténtico. Cuando me creía del mundo el
dueño. Las penas de otras que fracasaron me dejan solo en la isla de los
náufragos. Y eso me hace volver a ti, porque nunca dejaste de estar en el pico
más alto de esta maldita cárcel rodeada de mar. Que vivo en la playa y evito el
bosque y tus cercanías, aunque cada noche me adentre un poquito más, buscando
un calor que necesito, que me animaría. A ver si llega ya la ayuda. Un transatlántico,
un ferry, un barco de vela. Un bote. Un barquito a pedales. Yo que sé. Algún salvavidas.
Que quiero pisar el continente. Integrarme, de nuevo, en la sociedad. Encontrar
mi lugar. Y escapar al fin de tus garras. Eso sí, como siempre, contigo en la
memoria en las noches de euforia. Si
sigo aquí, aún, es porque dos cosas que una vez fueron una, ya no se olvidan de
aquel runrún.
Gregorio S. Díaz "Náufrago."