Cuanto más se acercaba, el parqué del suelo chirriaba más. La oscuridad lo
inundaba todo y tan solo tenía la luz de la Luna, que entraba por la enorme
cristalera, para divisar sus pies y las escaleras medievales que ascendían ante
él. En vez de una casa, parecía un castillo. Oía voces. Unas venían de atrás,
que le decían: “Vuelve y no te metas en lo oscuro, donde no sabes lo que te
espera, aquí tienes tu beso, una vez al mes, seguro.” Otras procedían de delante
y le animaban a seguir: “Camina aunque tengas miedo, que en la habitación de
arriba te espero.” Era valiente y no iba a retroceder, el misterio tenía que
descubrir y conocer. Vampiras salieron de la nada, mordiéndole el cuello.
Arañas subieron por su pelo, una niebla gris y espesa dificultó el camino.
La madera se volvió resbaladiza, porque era de hielo. Un monstruo de seda lo
empujó y cayó al piso. Ensangrentado, tiritando y dolorido, llegó a su destino.
Bohemios en las paredes y en las
estanterías a base de libros. En la cama, ella, acordándose de todo el tiempo
perdido, mientras, insinuándose, se desnudaba y se quitaba el vestido.
Gregorio S. Díaz "El vestido"