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20 de diciembre de 2014

El vestido.

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Cuanto más se acercaba, el parqué del suelo chirriaba más. La oscuridad lo inundaba todo y tan solo tenía la luz de la Luna, que entraba por la enorme cristalera, para divisar sus pies y las escaleras medievales que ascendían ante él. En vez de una casa, parecía un castillo. Oía voces. Unas venían de atrás, que le decían: “Vuelve y no te metas en lo oscuro, donde no sabes lo que te espera, aquí tienes tu beso, una vez al mes, seguro.” Otras procedían de delante y le animaban a seguir: “Camina aunque tengas miedo, que en la habitación de arriba te espero.” Era valiente y no iba a retroceder, el misterio tenía que descubrir y conocer. Vampiras salieron de la nada, mordiéndole el cuello. Arañas subieron por su pelo, una niebla gris y espesa dificultó el camino. La madera se volvió resbaladiza, porque era de hielo. Un monstruo de seda lo empujó y cayó al piso. Ensangrentado, tiritando y dolorido, llegó a su destino. Bohemios en las paredes  y en las estanterías a base de libros. En la cama, ella, acordándose de todo el tiempo perdido, mientras, insinuándose, se desnudaba y se quitaba el vestido.

Gregorio S. Díaz "El vestido"

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