Todos tenemos nuestra Babi. Yo tuve mi Babi. Esa chica que pone patas
arriba tu mundo y hace que cambien las cosas. Esa a la que le puedes decir ¡Fea!
como si fuera un piropo, porque ella no va a dejar de sonreír. Con quien te
tiras a una piscina helada y no sientes frío. Esa que no para de insultarte y
que dos segundos después te da un beso, pidiéndote perdón. Con la que se
afrontan miedos que hemos tenido ahí desde siempre. Con quien descubrimos
nuevos besos y nuevas formas de placer y entendemos que dos cuerpos pueden ser
uno a la misma vez, muchas veces. Esa que le pone un poco de azúcar, sal,
pimienta y un poco de todas las especias a nuestra vida. Con quien haces
promesas que estás seguro que nunca abandonarás. A quién le dices que siempre
importará, y en realidad no mientes. Esa que hace que le pilles el ritmo a la
vida y cojas su velocidad. Por quien tildas algo de increíble. Pero luego, sin
otra posibilidad ni remedio que lo remedie, te llega tu Gin. Todos tenemos una
Gin. Yo tuve mi Gin. Esa chica que no sabes por dónde aparece, pero que no lo
hace por casualidad. Y además lo hace de manera rápida, radical. Como una
explosión de la que no se puede escapar. Esa que cuando la miras, sabes de
sobra que te vas a quemar. La que te amenaza y sabes que no habla en broma. Con
la que pretendes jugar y entiendes que ella juega contigo. Esa tipa dura a la
que se le saca, después de una sonrisa, un beso y tras él, mil más. La que
piensas que se entrega por placer y te enteras, de pronto, que lo hace por
amor, aunque se comporte siempre a cien. Esa a la que le puedes rasgar el vestido
que no le va a importar o hacerlo en cada paseo nuevo por la ciudad. Con la que
de todo te puedes olvidar si es que no vuelven los fantasmas del pasado
ancestral. Cuando te das cuenta de que la fantasía ya no será más y entiendes
que quieres a tu Gin y a nadie más. Pero tal vez la carta que le escribas la
quemes y ella nunca llegue a leerla. Así cómo te va a dar otra oportunidad. Sin
más y sin poderlo evitar, tu Gin también se va. Y es entonces cuando no sabes
qué esperar. Confía. Todos tenemos una Jeannette. Yo también tendré una
Jeannette. Esa que con una guadaña y un beso en las manos, nos llevará,
seduciéndonos, al otro lado.
Gregorio S. Díaz "Babi, Gin, Jeannette"