Me despierto, dolorido. Abro los ojos y sólo veo más oscuridad. Una tenue
luz de emergencia está encendida en algún lugar subterráneo donde me encuentro.
Afino un poco más mis sentidos y descubro que puedo oír una gotera que cae,
impasible, al suelo, queriendo formar una estalagmita. El chillido de unas
ratas me hace temer aún más. Me duele la cabeza y el costado, pero consigo a
duras penas ponerme de pie. Descubro que hace frío y me abrocho un poco más la
chaqueta. No sé dónde estoy y por qué y no consigo recordar. Bajo la luz de
emergencia que apenas luce hay una puerta para salir de allí, pero fracaso al
intentar abrirla. Me cabreo y golpeo ferozmente la puerta, gritando al mismo
tiempo, por si alguien, tras ella, puede escucharme para abrirme. Lo hago hasta
desesperarme y cansarme, pero al otro lado parece ser que no hay nadie. Me doy
la vuelta y, gracias a que mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad, veo que
unas escaleras que bajan a unos metros de mí. Es el único camino que tengo para
seguir así que lo hago, decidido. Bajo poco a poco, tocándome la herida de la
cabeza. Ahora sí que parece que el puzzle se va montando en mi mente. Recuerdo
estar sentado, escuchar las palabras que salían de su boca que se convirtieron
en dagas que se clavaron en mi pecho. Me caí de espaldas. Y fin. Sólo eso. Me
desperté en este pozo negro. Me detengo de bajar escaleras cuando creo llevar
horas bajando sin parar. Bajo un piso más y las escalera se acaban. Parece no
tener salida. Entonces entiendo. Lo entiendo. No voy a salir de allí bajando
más. Hundiéndome más. Así que maldigo en voz alta y subo de nuevo. Tengo que
salir por aquella puerta. Y de repente, una luz, allí abajo. Una
resplandeciente luz blanca. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser que cuando no
puedo bajar más hay más luz? Quizá sea por eso, porque cuando ya has terminado
de caer del todo, ya solo puedes ir hacia adelante. Hacia arriba.
Gregorio S. Díaz "El pozo oscuro de la luz"